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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
5
Terror Una joven (Jessica Harper) ingresa en una exclusiva academia de baile la misma noche en que asesinan a una de las alumnas. La subdirectora del centro es la amable Madame Blank, que brinda a la nueva alumna las comodidades y facilidades necesarias para su aprendizaje. Pero, poco a poco, una atmósfera malsana se va apoderando del lugar, y la estancia de la joven se va convirtiendo en una verdadera pesadilla. (FILMAFFINITY)
31 de diciembre de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mítica película de Dario Argento, presunta cumbre del “giallo” —subgénero italiano, mezcla de terror y “sexploitation”—, me ha causado una decepción directamente proporcional a las expectativas con que me enfrenté a ella.
Aunque me considero un defensor de la serie B y de la honestidad y amor al cine que ésta suele transmitir, no me cuento entre los fariseos del “cuanto peor, mejor”. Esos que consideran “The Room” (ídem, 2003) una obra maestra, sublime en su iniquidad, y organizan quedadas para reírse de la incompetencia ajena. A mi juicio, se trata de una actitud que, en el fondo —y en la forma—, encierra un elitismo intelectual bastante casposo y un tanto masturbatorio: "como sólo me gusta a mí —y a mi endogámico círculo— ha de ser, por fuerza, bueno".
Con tal alegato vengo a decir que “Suspiria” —qué precioso título, a Dios lo que es de Dios— no es buena “per se”, y que la flagrante torpeza que Argento manifiesta en la dirección, así como el desastroso guion, firmado por el propio director junto a Daria Nicolodi —el argumento es un delirio, consecuencia de haber cenado caracoles y desayunado MDA, y los diálogos parecen haberlos escrito en mitad de un ictus, afásicos perdidos—, no resultan dignos de admirar en absoluto.
Si algo salva a “Suspiria” de convertirse en objeto de befa por parte de aquella caterva de falsos cinéfilos, es su título, ya alabado, e inspirado en el “Suspiria de profundis” de Thomas De Quincey, el maravilloso cartel original, donde se concentra buena parte del erotismo —cuando no todo— que cabría esperar de una cinta de su pelaje, y especialmente la fotografía a cargo de Luciano Tovoli. En efecto, éste logra sacar una belleza inusitada a los colores, saturados hasta el ataque epiléptico, con especial protagonismo de un rojo antinatural y dantesco que inunda las paredes y tiñe la sangre, espesa como el tomate Fruco, que rezuman las brutalizadas bailarinas. Los decorados, a caballo entre la Secesión vienesa y las telas pintadas de “El gabinete del doctor Caligari” (“Das Kabinett des Dr. Caligari”, 1920), y trufados de las paradojas y arquitecturas imposibles de M. C. Escher, coadyuban a la creación de una atmósfera y una estética muy sugestivas, definitivamente merecedoras de una historia y un realizador de mayores prestaciones.
Del lobotomizado reparto, destaca un núbil Miguel Bosé haciendo cabriolas, embutido en unas mallas con las que no se habría atrevido ni Sacha Baron Cohen para su desopilante “Borat” (ídem, 2006).
Carorpar
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