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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
5
Terror El doctor Louis Creed, su esposa y sus dos niños se instalan en una vivienda próxima a una carretera con mucho tráfico. Cerca de la casa hay un sendero que lleva a un cementerio de animales y también a un antiguo cementerio indio; según la leyenda, los que sean enterrados allí volverán a la vida. Louis comprobará que es cierto cuando el gato de su hija es atropellado por un camión y un extraño vecino llamado Jud resucita al pequeño animal. (FILMAFFINITY) [+]
10 de enero de 2021
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Años ochenta, Edad de Oro del gore y, si me apuran, hasta del cine de terror comercial en su conjunto. Un Stephen King en la cúspide adapta su novela homónima. Temas de los Ramones. No me digan que no promete. Pues bien, precisamente ahí radica el gran problema de “Cementerio viviente”, en el amplio desfase entre expectativas y realidad.
Porque la primera impresión que produce esta película, y de la que cuesta sustraerse, es la de uno de tantos telefilms de sobremesa, con esas hórridas texturas y efectistas primeros planos. Mary Lambert se revela como una directora torpísima —no extraña su paupérrima carrera posterior—, y el montaje incluso presenta groseras lagunas de continuidad. En cuanto al reparto, excepción hecha de Fred Gwynne, todos sus integrantes parecen competir en inoperancia. Especialmente ofensivo resulta el caso del protagonista, un Dale Midkiff incapaz de gesto alguno y que, pese a lo cual, ha seguido apareciendo en pantalla, y lo que es más grave, cobrando por ello.
Superada esa decepción inicial —logro que requiere un notable esfuerzo de benevolencia por parte del espectador—, a “Cementerio viviente” cabe reconocerle un puñado de elementos de indudable interés. La mano sabia de Stephen King se aprecia en la creación de una atmósfera insalubre y bastante sugestiva. Tiene mérito que, tras cinco décadas, motivos recurrentes como los cementerios indios y las infancias traumáticas sigan induciendo si no un miedo cerval —está uno ya algo encallecido—, sí un cosquilleo en la nuca, leve pero constante, al que muchas cintas de presunto terror de nuestros días ni siquiera se acercan.
En fin, el maquillaje, las prótesis y los efectos analógicos —todo cámara y luces— dimanan un encanto artesanal, rayano en lo paleolítico, más agradable a la vista —es un decir— que los derroches digitales de hoy.
Carorpar
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