Esta obra teatral llevada a la pantalla mayor, puede resultar tan tediosa como entretenida, según el criterio del espectador, aunque nunca apasionante.

A grandes rasgos, el filme describe el culebrón amoroso entre dos de sus protagonistas principales, cuyo caldero termina por desnudar una rivalidad académica entre los padres del psicoanálisis, a la vez que gesta el advenimiento de una de las primeras mujeres en volcarse a esa naciente disciplina, hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX. En el medio de todo eso, obviamente, un torrente de retorcido –para los ignorantes, como yo– pero entendible academicismo psicoanalítico en torno al sexo, a las razas y a la orientación religiosa.

Claro que así contado, desalentaría su visión a más de uno, y me incluyo, pero debo reconocer que la forma en que Cronenberg desarrolló su historia, más allá de su mayor o menor rigurosidad con la realidad, y el carácter que le imprimió a sus protagonistas –hasta algún desborde al límite de la tolerancia de la Knightley–, hizo que la película me resultara llevadera, aunque nunca me llegó a conmover. Por las dudas, lo repito: es un culebrón entre psicoanalistas de fuste, no es “Los puentes de Madison” (basta con ver el afiche, para darse una idea).

Y por último, no busque aquí una típica cinta de Cronenberg, siempre afecto a los desbordes, porque no la va a encontrar, ya que en este caso el canadiense se vistió de etiqueta y se portó como un señorito inglés.