El de arriba es el único encabezamiento posible para hablar de esta serie. Muchas veces había escuchado la frasecita de marras, pero nunca antes me había parecido tan plenamente acertada como aplicada a este pobre chaval llamado Gösta.

Gösta es un psicólogo de medio pelo que no tiene ni idea de qué hacer ni de cómo dirigir su vida privada y profesional. Simplemente, es un buenazo ingenuo incapaz de decir que no a nada, incapaz siquiera de tomar una decisión que no lo lleve inevitablemente a tratar de ayudar a todo bicho viviente que le rodee. Y, claro, como es natural, todo quisqui se aprovecha de él o lo acaba rechazando por el inexcusable pecado de ser tan decente que frente a él se siente un miserable. Resulta un personaje a la par entrañable e irritante. Te dan ganas de abalanzarte sobre la pantalla y gritarle: «¡reacciona, tío, que te están tomando el pelo! ¡Pasa de este, pasa del otro, pasa del de más allá, que vas a acabar mal!» Pero sabes que, aunque pudiera oírte, le resultaría imposible actuar de un modo diferente del que actúa.

Nos venden esta serie como una comedia, y a ratos lo es, sin duda, aunque su humor posee siempre un regusto amargo, pero yo no puedo evitar verla más bien como un drama: el drama de la existencia diaria de un ser tan puro que en este mundo no tiene cabida; y, al hilo de esto, no puedo evitar una reflexión: que, en su tiempo, la gente debió de pensar sobre Cristo lo mismo que yo (y supongo que todo el que vea la serie) opino sobre Gösta: «este tío, de bueno, es tonto».