El más difícil todavía del equilibrio fantástico, surrealista y onírico se vuelve a cruzar en el camino de R. Corman y le pone una zancadilla tras otra hasta hacerle tambalear.
No podía ser de otro modo porque se trata de un ejercicio cinematográfico de alto riesgo y compensación escasa.

El castillo desvencijado, una cripta equívoca, un Juan Sinmiedo francés y repeinado que más tarde se haría famoso, un B. Karloff enamorado de su papel y un alma en pena componen un cóctel demasiado complejo.
Nuestro director parecía el único capaz de salir airoso del lance.
Y lo consiguió.
Aunque a duras penas.