El delicado compromiso con la seguridad cobra pleno significado cuando hay que enfrentarse a la muerte todos los días.
R. Aldrich diseña una película a la medida de una situación extrema cuya complejidad resuelve con solvencia y gran criterio profesional gracias a una exposición concreta de los hechos, a un ritmo que conjuga perfectamente el dinamismo con la pausa que la intriga requiere, a una adecuada descripción psicológica de los personajes y a una ambientación austera pero convincente.
El argumento resulta creíble, la interpretación posee fuerza, las escenas encierran el valor de la vida cuando bordea los límites y el conjunto produce impresión de sólido armazón y de obra bien hecha.