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España España · Barcelona
Voto de reporter:
6
Thriller. Drama Rodada en un único plano secuencia, el film tiene como escenario el famoso barrio berlinés de Kreuzberg. La cámara es testigo de todo lo que le pasa a la joven Victoria, una joven española de Berlín, durante dos horas de su vida: desde las cuatro de la mañana hasta las seis: desde que conoce a cuatro jóvenes para los que la noche acaba de empezar, y cómo en ese breve periodo de tiempo le suceden cosas que darán un giro total a su vida. (FILMAFFINITY) [+]
26 de octubre de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Definitivamente, esto se te ha ido de las manos. Veamos, ¿cómo has llegado aquí? ¿Dónde estabas hace dos horas? En casa, ¿no? Pues sí, ahí mismo, mirando la tele, espachurrado en el sofá, sin ningún plan más interesante más allá de las clásicas rutinas de fregamiento genital. Hasta que... Suena el teléfono. Joder, el pesado aquel alemán que conociste hace dos semanas en el bar de cabecera. ¿Quién le habrá dado tu número? En fin, que se aburre, que le caíste bien (y él a ti, qué coño) y que tiene ganas de juerga. Y mira, ¿qué vas a hacer? Pues obviamente te apuntas, y os encontráis, y os tomáis unas copas, y te presenta a unos amigos, y tú le presentas a tus colegas, y unís los grupos, y entre unos y otros, os vais engorilando, y entre pitos y flautas, os habéis enfrascado en una batalla etílica épica para ver quién la tiene más larga. Que si no hay huevos a beber esto, que si no hay cojones a tocarle el culo a ésa, que si no tienes lo que hay que tener para largarte del local sin pagar, que si yo puedo comprar más coca que tú, que si a ver si me lío más a hostias yo que tú, que si a ver si entramos en aquel banco y metemos un buen palo... Lo típico, vaya.

Todo esto, en apenas un par de horas; en el espacio de un solo parágrafo, sin puntos y aparte que corten el rollo. Todo esto, respetando la intensidad con la que se vive (o debería vivirse, vaya) la juventud. ¿Que sólo disponemos de 140 minutos? Pues a tope con ellos: A quemar la ciudad se ha dicho. 'Victoria', nuevo film de Sebastian Schipper, desembarcó en la 65ª Berlinale con la promesa nada desdeñable de plasmar, cinematográficamente, toda la imprevisibilidad, caos y, en definitiva, locura, que caracterizan (teóricamente, al menos) esa etapa vital en que la esperanza de vida del sujeto se reduce drásticamente. Minutos antes de la proyección del filme, flotaba en el ambiente el convencimiento / esperanza de que estábamos a punto de conocer la que a buen seguro se convertiría en una de las grandes sensaciones del certamen... ¿Cómo no iba a serlo, si hablábamos de un Señor plano secuencia de casi dos horas y media, rodado en las mismísimas calles de la capital germana? Uau, espere, ¿ha dicho plano-secuencia-de-casi-dos-horas-y-media-rodado-en-escenarios-naturales-externos-e-internos-de-Berlín? Exacto. Del tirón. Sin tiempo para respirar o para tragar saliva. Como para perdérselo...

Obviamente nadie lo hizo, solo que al final, tanta expectación fue para quedarnos, como casi siempre en estos casos, a medias. Esto sí, por el camino a Schipper le dio tiempo para recoger algún que otro premio de calado técnico. Pues digamos que por una vez el Palmarés hizo total justicia al producto. Al fin y al cabo, 'Victoria' es exactamente esto, un prodigio tal de la puesta escena, que acaba por comerse prácticamente todo lo demás. Más que un problema de prioridades, lo que escasea aquí es el espacio. Para que todo quepa, y a falta de soluciones mínimamente sólidas por parte del equipo detrás de las cámaras, deben hacerse sacrificios. De sangre. El que más duele sin duda es el de una verosimilitud cuyas entrañas se desparraman una y otra vez en pos de un non-stop cuya naturaleza, para colmo de males, se hace algo agotadora pasada la primera mitad de film. Si bien éste es pieza fundamental a la hora de definir el carácter camaleónico del relato (lo cual es, dicho sea de paso, uno de los pocos puntos de interés más allá de la famosa secuencialidad), a medida que la gravedad se va apoderando de los eventos, requiere, cada vez más, de carambolas (nivel astronómico) que a la hora de la verdad sólo se ven refrendadas en parches de emergencia, algunos de ellos, por increíbles; por extremamente forzados, ciertamente ridículos.

El pretendido realismo otorgado por el método de filmación se distancia así de forma progresiva e irreversible de aquel exigible a una historia que, por su parte, y seguramente por su esclavitud formal, es como si se empeñara a sacar de ella misma al espectador mínimamente riguroso. Dicha divergencia al principio confunde, y al poco rato deja paso a una frustración que a en ocasiones roza la vergüenza ajena. Afortunadamente, no todo son daños en el balance general. La narración continua deja el espacio suficiente para que los actores cojan el reto de un protagonismo que, al menos a ellos, nos les viene grande. En este aspecto, brilla con luz propia, y que vivan las sorpresas, una Laia Costa que más que aguantar el tipo durante todo el maratón (que también, y ojo a esto), consigue que éste gane en interés en los momentos en que el recorrido diseñado más anodino se vuelve. Del resto, tanto de las conquistas como de los tropiezos, se encarga el talento de Schipper, tan apabullante como autodestructivo. A la postre, tan acorde con el objeto de estudio. ¿Se puede comprimir una vida entera en una sola noche? Cuando aun se está superando la resaca de la adolescencia, claro que sí; cuando se hace cine, por lo visto, también... aunque los resultados sean tan satisfactorios y, a la vez, dañinos (y ya puestos, surrealistas) como los de una de esas noches de desmadre juvenil.
reporter
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