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Voto de Martes Carnaval:
7
6,8
25.640
Drama
Durante los duros años de la posguerra, en una zona rural de Cataluña, un niño llamado Andreu, cuya familia pertenece al bando de los perdedores, encuentra un día en el bosque los cadáveres de un hombre y su hijo. Las autoridades sospechan de su padre, pero Andreu intentará encontrar al culpable. En estas circunstancias, se produce en Andreu el despertar de una conciencia moral que se opone a la mentira como instrumento del mundo de los adultos. (FILMAFFINITY) [+]
19 de noviembre de 2010
28 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi opinión, se trata de una buena película, que es aquélla que tiene dos características: que te abduce mientras que la estás viendo y que te sugiere muchas cosas cuando ya la has visto.
La película es un verdadero festín visual. Coincido con Villaronga cuando dice que pretende —y yo añado que consigue— que las imágenes sean absorbentes (son imágenes que magnetizan, que atrapan, que enganchan), ágiles (la película es trepidante, con mucho dramatismo contenido o explícito), misteriosas (es cine de misterio y no de suspense porque apela a las emociones y no a las reflexiones), evocadoras (hay algo proustiano en algunas escenas, algo de sabor remoto a magdalena, súbitamente recuperado) y atractivas (tienen un gran esteticismo).
Teixidor, y como consecuencia Villaronga, fija sin ningún margen de error las coordenadas de la acción. El lugar: la comarca de Osona en la provincia de Barcelona —en la película se hace continúa mención a Vic, que linda con Roda de Ter, donde nació Teixidor—. El momento: el año 1944, según nos informa un calendario en el que se recrea la cámara. Teixidor sabe pues de lo que habla: de su tierra natal cuando tenía 11 años, la edad que puede tener en la película Andreu.
Cuando se contextualiza hay que pagar un peaje. Contextualizar no sale gratis.
El retrato de la España campesina, nada más acabada la Guerra Civil, tiene elementos muy realistas: la reunión a la caída de la tarde al calor de la lumbre ya fuera una chimenea, una estufa o una modesta cocina para contar historias, casi todas de miedo —que recuerda a una gran película: "El árbol de los Zuecos" de Ermanno Olmi—; la clásica foto del niño con el mapa detrás; el protagonismo de la bruma, en un tiempo de incertidumbres; el ambiente espartano de los escolapios —ahormadores entre otras ordenes religiosas de la clase dominante de aquel tiempo—... pero en otros aspectos es poco realista:
1 ) Se ha cometido la herejía de insonorizar el campo. Falta el canto del gallo, despertador rural de eficacia contrastada. A los pájaros se les ve pero no se les oye. ¿Y las cigarras? ¿Y los grillos? Ya no hablo de mugidos o gruñidos porque la cabaña ganadera era parca, concluida la guerra, pero haberlos, habíalos.
2 ) En el mundo rural y en la inmediata posguerra no se actuaba así. La oralidad de esta película es completamente falsa. Las verbalizaciones son propias de un culebrón venezolano. La expresividad aldeana no está conseguida. Le han dado la Concha de Plata del Festival de San Sebastián a Nora Navas —en mi opinión merecidamente— por una buena interpretación de una mujer vitalista y romántica sobrepasada por las circunstancias—, pero no por una buena representación de una aldeana. Cójase la interpretación de Ángela Molina en "El Corazón del Bosque" de Manuel Gutiérrez Aragón, que había hecho un gran estudio gestual previo; o las extraordinarias interpretaciones en "Los Santos Inocentes" de Mario Camus.
Sigue en "spoiler"
La película es un verdadero festín visual. Coincido con Villaronga cuando dice que pretende —y yo añado que consigue— que las imágenes sean absorbentes (son imágenes que magnetizan, que atrapan, que enganchan), ágiles (la película es trepidante, con mucho dramatismo contenido o explícito), misteriosas (es cine de misterio y no de suspense porque apela a las emociones y no a las reflexiones), evocadoras (hay algo proustiano en algunas escenas, algo de sabor remoto a magdalena, súbitamente recuperado) y atractivas (tienen un gran esteticismo).
Teixidor, y como consecuencia Villaronga, fija sin ningún margen de error las coordenadas de la acción. El lugar: la comarca de Osona en la provincia de Barcelona —en la película se hace continúa mención a Vic, que linda con Roda de Ter, donde nació Teixidor—. El momento: el año 1944, según nos informa un calendario en el que se recrea la cámara. Teixidor sabe pues de lo que habla: de su tierra natal cuando tenía 11 años, la edad que puede tener en la película Andreu.
Cuando se contextualiza hay que pagar un peaje. Contextualizar no sale gratis.
El retrato de la España campesina, nada más acabada la Guerra Civil, tiene elementos muy realistas: la reunión a la caída de la tarde al calor de la lumbre ya fuera una chimenea, una estufa o una modesta cocina para contar historias, casi todas de miedo —que recuerda a una gran película: "El árbol de los Zuecos" de Ermanno Olmi—; la clásica foto del niño con el mapa detrás; el protagonismo de la bruma, en un tiempo de incertidumbres; el ambiente espartano de los escolapios —ahormadores entre otras ordenes religiosas de la clase dominante de aquel tiempo—... pero en otros aspectos es poco realista:
1 ) Se ha cometido la herejía de insonorizar el campo. Falta el canto del gallo, despertador rural de eficacia contrastada. A los pájaros se les ve pero no se les oye. ¿Y las cigarras? ¿Y los grillos? Ya no hablo de mugidos o gruñidos porque la cabaña ganadera era parca, concluida la guerra, pero haberlos, habíalos.
2 ) En el mundo rural y en la inmediata posguerra no se actuaba así. La oralidad de esta película es completamente falsa. Las verbalizaciones son propias de un culebrón venezolano. La expresividad aldeana no está conseguida. Le han dado la Concha de Plata del Festival de San Sebastián a Nora Navas —en mi opinión merecidamente— por una buena interpretación de una mujer vitalista y romántica sobrepasada por las circunstancias—, pero no por una buena representación de una aldeana. Cójase la interpretación de Ángela Molina en "El Corazón del Bosque" de Manuel Gutiérrez Aragón, que había hecho un gran estudio gestual previo; o las extraordinarias interpretaciones en "Los Santos Inocentes" de Mario Camus.
Sigue en "spoiler"
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
3 ) La credibilidad de los personajes es muy discutible. Villaronga se ha curado en salud diciendo que sus personajes son contradictorios. Y tan contradictorios…
Roger Casamayor no logra dar con el difícil registro que requiere la ambigüedad del personaje: de arcangélico idealista a abominable asesino —el Dr. Jekyll y Mr. Hyde a su lado, unos aficionados—. Tampoco acaba de cuajar en su papel de trastornada Laia Marull. La niña vieja no es muy creíble en su doble condición de perversa y maravillosa. La niñita con lengua bífida haría estragos en los reality show de hoy en día —sería un prodigio en la comunicación basura que se disputarían las televisiones basura—.
El cura sanchopancista y la señorona ahipopotamada, enjoyada e implacable son arquetipos.
También crujen los ramalazos de dignidad. Cuando se es servil, forzado por las circunstancias, se es a tiempo completo. La sumisión es un largo aprendizaje; a veces, de generaciones. "Los Santos Inocentes de Camus" es paradigmática en ese sentido.
De todos modos, el paisaje después de la batalla es hiperrealista en su desolación de páramo calcinado —material y moralmente—, y se resume en el proceso lógico de esclerocardía —de endurecimiento de corazón que incapacita para amar a otro— del niño Andreu. La inocencia perdida —más que perdida, extraída salvajemente como si fuera una dentadura completa cuyas piezas va extirpando un sacamuelas una a una con unas oxidadas tenazas— acaba infectando, corrompiendo y pervirtiendo la personalidad del protagonista hasta hacerle formar parte del gremio de los verdugos de los suyos.
Roger Casamayor no logra dar con el difícil registro que requiere la ambigüedad del personaje: de arcangélico idealista a abominable asesino —el Dr. Jekyll y Mr. Hyde a su lado, unos aficionados—. Tampoco acaba de cuajar en su papel de trastornada Laia Marull. La niña vieja no es muy creíble en su doble condición de perversa y maravillosa. La niñita con lengua bífida haría estragos en los reality show de hoy en día —sería un prodigio en la comunicación basura que se disputarían las televisiones basura—.
El cura sanchopancista y la señorona ahipopotamada, enjoyada e implacable son arquetipos.
También crujen los ramalazos de dignidad. Cuando se es servil, forzado por las circunstancias, se es a tiempo completo. La sumisión es un largo aprendizaje; a veces, de generaciones. "Los Santos Inocentes de Camus" es paradigmática en ese sentido.
De todos modos, el paisaje después de la batalla es hiperrealista en su desolación de páramo calcinado —material y moralmente—, y se resume en el proceso lógico de esclerocardía —de endurecimiento de corazón que incapacita para amar a otro— del niño Andreu. La inocencia perdida —más que perdida, extraída salvajemente como si fuera una dentadura completa cuyas piezas va extirpando un sacamuelas una a una con unas oxidadas tenazas— acaba infectando, corrompiendo y pervirtiendo la personalidad del protagonista hasta hacerle formar parte del gremio de los verdugos de los suyos.