Más de dos años después del huracán que provocó el irreverente y desvergonzado Borat, aterriza en nuestras pantallas otro personaje que no podía salir de otro sitio que no fuera la imaginación de Sacha Baron Cohen. Con toneladas de dudoso gusto a la hora de mofarse de ciertos estratos de la sociedad norteamericana (sí, otra vez es la clase media yanki el objetivo principal de sus envenenados dardos), Cohen calca planteamiento y argumento de su película predecesora: (*)

Cohen se vuelve a jugar el tipo en varias escenas en las que uno no sabe hasta que punto son situaciones improvisadas o reales, y en varias ocasiones se opta por la provocación más zafia y grosera (algo que, me temo, es deliberado). A pesar de todo la película entretiene muchísimo, provoca unas cuantas carcajadas y, lo que es peor (o mejor, según se mire): logra escandalizar no por las burradas que hace Brüno y de las que puede uno estar sobre aviso, si no por las actitudes que muestra la gente corriente con la que se rodea a lo largo de los 90 minutos que dura la película. El único "pero": que no hacía falta que nos contaran por segunda vez las miserias de la américa profunda. Aún así, bravo por Sacha Baron Cohen, personaje necesario no tanto por su valor en el mundo del cine sino como auténtica cabeza visible del terrorismo del humor.