Un poco de reflexión y mundo interno para una protagonista que de golpe y porrazo descubre que su vida se acaba, se esfuma sin que pueda hacer nada por evitarlo. La peli de Coixet alterna buenas con malas pero sale airosa desde una propuesta que sin ser novedosa siempre resulta universalmente válida.

La visión global del contexto frente a una muerte segura debe ser, como mínimo, parsimoniosa. De esa manera se puede disfrutar de cada brisa, de cada aliento, de cada afecto ya construído o por construir. El mundo que rodea a la protagonista es un mundo de brazos cruzados, de realidades amargas que contrastan finalmente con ella, quien al saber de su enfermedad decide trasnformarse en una suerte de receptor natural de las necesidades de los otros. Esto es lo más notable de esta obra: se actúa por y para los demás; la gratificación después surge sola, ya sea desde el reconocimiento o desde el recuerdo de que obramos bien, obramos para dejar algo en el otro. En clave nostálgica y melodramática, la obra se regodea en ricas reflexiones o bien cae en facilismos, siempre dentro de un ritmo en el que por momentos se suspende la trama demasiado tiempo.

Una cuota de esperanza para este mundo sin sueños, que de pronto deberás recuperarlos cuando todo se acabe.