Como a estas alturas se ha dicho casi todo sobre esta notable película que ya tiene veinte años (!!), diré los motivos por los que considero que es una buena inversión de tiempo su visionado.
En primer lugar, la historia. Bien contada, con su pausa -no lentitud- que requiere una pasión entre ambos protagonistas en su madurez. Con mucha verdad, con las dudas y certezas que otorgan las canas y la importancia de los sentimientos que afloran pese a las dificultades.
En segundo lugar, el contexto. Unos parajes preciosos, los puentes de Madison County, ya muy bien descritos en la novela de R.James Waller. Unas estampas preciosas donde Robert y Francesca se conocen, se descubren y se enamoran. La luz dorada que acompaña a la campiña de Iowa resulta perfecta para resaltar la serenidad que destila la película.
En tercer lugar, el dúo protagonista. Descubrir las bonanzas a estas alturas de probablemente los dos mitos vivientes del cine usamericano más importantes resulta superfluo a todas luces. Especialmente la caracterización de M.Streep como italo americana incrustada en la vida rural del medio oeste americano es excelsa. La contención gestual -que no emocional precisamente- del maestro Eastwood se hace aquí de lo más honesta y acertada para la interpretación del fotógrafo errante que no quiere dejar escapar quién sabe si la última bala en el amor.
Y en último lugar, por un final que está ya incrustado entre los más recordados, sentimentales en el mejor de los sentidos, verdaderos y emocionantes que se recuerden. No detallaré nada al respecto para que los afortunados que todavía no hayan visto esta preciosidad de película pierdan un ápice de la misma.
Definitivamente muy recomendable.
Nota: 8,25.