Película asidua de los canales de TV, la echan siempre cientos de veces al año y nunca me canso de verla. Y eso sólo está al alcance de muy pocas películas.

Destacaría por encima de todo la tensión creciente y el suspense. A estas alturas, cuando ya sabes de sobra el desenlace de la película, es sorprendente la capacidad que tiene Don Siegel y Clint Eastwood de mantenerte enganchado con la tensión a flor de piel.

La película no se limita a reflejar únicamente el drama carcelario, el personaje de Clint tiene un único y claro objetivo: huir del lugar más vigilado del mundo: Alcatraz. Pero a la vez se nos describen los distintos estamentos de la cárcel, la opresión y cinismo del stablisement carcelario con ese alcaide frío y ególatra encarnado por Patrick McGoohan, (el mítico Longshanks, el rey inglés de Braveheart)

Las artimañas y argucias de las que se sirven Clint y sus secuaces para huir de la prisión,así como la duda y la debilidad de uno de ellos acentúan la angustia que tenían que sentir el pudrirse en semejante infierno.

Alcatraz siempre ha simbolizado las dos caras de los EEUU: por un lado, una de las cárceles más implacables, aisladas y vigiladas del mundo y por otro lado, ubicada en San Francisco, una de las ciudades más bellas, progresistas, (el movimiento Hippie se inició allí, así como el matrimonio gay). Es como la cara y cruz de un país donde los extremos reflejan una sociedad alineada ente los buenos y los malos. Ese deje esquizofrenico que destruye el individualismo y la capacidad de pensamiento crítico. Pues no olvidemos que el personaje de Clint configura una personalidad sumamente individualista y diferenciada con el resto de reos. Él no enfrenta el presidio, él quiere reírse en la cara del sistema encarnado por el alcaide y su soberbia.

Un clásico que gana con cada visionado.