El Titanic es el epílogo de un director ególatra, ñoño y, a veces, brillante, (Aliens, Terminator, True Lies) un tío con varios divorcios a sus espaldas, firmó en el año 97' la cinta que definitivamente lo consagraría de por vida como uno de los grandes, (nada desdeñable para un tipo curtido en la serie Z como pupilo corneriano en "La Galaxia del Terror" y la olvidable, pero divertida, "Los Vampiros del Mar")

Cameron reflejó mejor el amor en cintas como Terminator, (Connor-Reese) que en ésta oda al hedonismo hepático cuasi glaucomático. Le pasa como a Cronenberg: cuando hablan subrepticiamente de sus obsesiones, quedan como auténticos genios. Cuando yuxtaponen y monopolizan sus mensajes, es cuando se vuelven insulsos y hasta plastas, (Cronenberg en "Un Método Peligroso")

El caso es que el Titánic no es más que la hierática aliteración del amor enfermizo: aquel al cual nos aferramos al por menor de los sentidos comúnes, pura egolatría narcisista, masturbación en el autoengaño. sin darnos cuenta, que quizás el Titánic al que postramos todos nuestros ideales, no es más que un discreto flotador que, inexorablemente, dirige nuestras prefabricadas expectativas hacia la autodestrucción.