Cuando uno se mete entre pecho y espalda algún subproducto sexual proveniente del malogrado Bigas Luna, por más que lo trate de comprender y respetar su "obra", nunca encuentro sentido a tanta sorna y caspa vestida de liberación sexual.

Y lo digo porque el género porno, erótico y de "destape" sólo tienen un viaje de ida, pero no de vuelta, ¿Quién en su sano juicio va a revisitar semejantes productos si no es para satisfacer las necesidades más primarias? Muy pocas películas de contenido sexual invitan a un revisionado, sólo los grandes: Bertolucci o Manara supieron dotar de arte a nuestros instintos puer.

Pero hubo una época, donde el cine "para adultos" tenía cierta consideración, y es ahí donde el personaje de Burt Reynolds encarna al perfecto padre, más mentor y confidente que pornógrafo. Obsesionado con dotar a su cine de un toque de amor y cariño que se iría perdiendo paulatinamente conforme los demonios y fantasmas internos de sus actores más queridos, les iban destruyendo: drogas, egos, desestructuración familiar y demás problemas psicosociales. Pero a pesar de todo ello, ahí está el gran Burt Reynolds para sostener a una triada de actores formidable: Julian Moore como madre adicta al sexo y a la cocaína, Mark Wahlberg como "John Long Holmes" macarra sexual y con un prominente miembro que todo lo que expulsaba por la polla, se lo metía por la tocha defenestrando su carrera. Heather Graham también hace un papel incontestable como outsider hiperexplosiva.

Es una película indispensable sobre un mundo sórdido compuesto por seres humanos en un permanente camino hacia la autodestrucción.