Ayer tuve la suerte de asistir al preestreno en Madrid de esta pequeña y afilada opera prima de Pedro Collantes, que ha tenido la suerte y el talento de ser uno de los cuatro seleccionados anuales por Biennale College. La agencia cinematográfica financia con 150.000 euros tras ver el tratamiento y pasar algunos talleres, con la condición de no tener financiación externa alguna, no superar tal cantidad y rodar en menos de 10 meses para estrenar en el festival de Venecia.

Tengo que reconocer que tengo gran debilidad por las películas en las que el auténtico protagonista es el diálogo, dónde las interpretaciones con sutilezas están llenas de matices, dónde hay personajes que no necesitan aparecer para estar, dónde vas encajando piezas colocadas con mucho atino, dónde puedes quitar capas de lectura como si fuese una matryoshka y dónde te encuentras con la vida de bruces.

Además, es una película que sabe empezar, lo hace pronto y con paso firme; y sabe acabar en su momento justo. Entre tanto el viaje de quien vuelve, de quien vuelve a sentirse perdido a pesar de volver. Te da lo justo y necesario con unas conversaciones muy iluminadas que no caen en el subrayado y que hacen que la película tenga tal profundidad que te alcance para quedarse.

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