La espectacular puesta en escena y el interés histórico hacen que se perdonen algunas imprecisiones y concesiones románticas que jamás existieron. La cuestión es que Isabel I de Inglaterra fue una mujer de fuerte carácter que, sin lugar a dudas, acumuló una concentración de poder sólo comparable a la reina Victoria y a Catalina la Grande de Rusia. No tuvo el menor remordimiento de conciencia ni le tembló el pulso para ordenar la ejecución de sus adversarios, como ya había hecho su antecesora la reina católica María Tudor, quien, por cierto, murió de enfermedad, no víctima de ninguna revolución o represión, al contrario que María Estuardo, reina de Escocia que fue decapitada, acusada de conspirar para asesinar a Isabel. Jordi Mollà esta sólo pasable como el soberbio y prepotente Felipe II. En contrapartida, Cate Blanchett está inmensa encarnando a Elizabeth.