El recurrido uso narrativo del cine dentro del cine sirve de base para hilvanar una atrevida comedia en torno a la figura de Don Quijote. El empeño hubiera podido terminar en el ridículo más absoluto de no ser por la maestría de la puesta en escena. Un homenaje a la figura del mito que contiene mensajes subliminares que van más allá de la propia trama. Los viejos molinos harineros contrastan con los actuales aerogeneradores. En los espacios naturales impolutos. de repente aparecen vertederos, chabolas, ruinas y residuos, coexistiendo con impresionantes catedrales, castillos y villas medievales espectaculares, El entorno paisajísitco se ve alterado por improbables escenarios volcánicos en La Mancha profunda. Los idealistas planteamientos de antaño acaban en la catarsis actual. El viejo cine se confronta con el de hoy. Las inevitables referencias van desde el neorrealismo clásico italiano hasta el delirante subrrealismo felliniano, con algún guiño a Orson Welles y Polanski. La fotografía, estilismo y ubicaciones de la acción son impactantes. La locura contagiosa de Don Quijote queda muy bien plasmada por sus protagonistas. La película no tiene nada de vulgar. La lástima es que a la larga se produce un desmadre argumental y visual que se hace difícil de digerir. No porque no esté justificado sino porque se alarga demasiado y hace desmerecer la historia. Falta elipsis y sobra innecesaria recreación en muchas escenas, así como derivaciones en los relatos un tanto farragosas. Con veinte minutos menos el film hubiera ganado.