No debe de haber ningún cinéfilo que no haya visto esta película. El argumento inspirado en los siete samurais de Kurosawa es lo de menos. La puesta en escena, la fotografía y las secuencias de acción son soberbias. Mención especial merece, como es sabido, la famosa, inolvidable y emblemática música de Elmer Bernstein, muy en línea con las obras sinfónicas de Aaron Copland. A un film así se le perdona todo, incluso que los gringos sean siempre los buenos, como era de rigor, defendiendo a los pobrecitos mexicanos por simple amor propio. Esto no es obstáculo para algún inusual detalle curioso, como que el jefe de la banda de forajidos cumpla su palabra devolviendo las armas a los pistoleros con la promesa de no regresar que, obviamente, desobedecen. El film es de visionado imprescindible, incluso de revisión obligada al cabo de cierto tiempo.