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Voto de Australocineatus:
5
Western En Texas, dos años antes de estallar la Guerra Civil Americana, King Schultz (Christoph Waltz), un cazarrecompensas alemán que sigue la pista a unos asesinos para cobrar por sus cabezas, le promete al esclavo negro Django (Jamie Foxx) dejarlo en libertad si le ayuda a atraparlos. Él acepta, pues luego quiere ir a buscar a su esposa Broomhilda (Kerry Washington), esclava en una plantación del terrateniente Calvin Candie (Leonardo DiCaprio). (FILMAFFINITY) [+]
9 de abril de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Django desencadenado” (2012) ha sido la excusa perfecta que Tarantino tenía reservada a sus más acérrimos fans y entusiastas. Supone una muestra en todo su esplendor del llamado estilo “Tarantino”: sangre a borbotones, desmedida incontrolada, personajes caricaturizados, bandas sonoras chocantes y singulares, y chistes ingeniosos fuera de lugar. Tanto es así que casi podríamos decir que Django posiblemente sea el punto y final en el glorioso hacer que el director tiene a sus espaldas, con títulos como “Reservoir Dogs”, “Malditos Bastardos”, “Pulp Fiction”, pues el ingenio de este antes prometedor director está llegando a su desenlace. Me va a perdonar el lector: Django es la bazofia más comercial de la fimografía del director estadounidense. La película, remake de Django (1966) del director Sergio Corbucci, supone un giro del espíritu fílmico de Quentin (si se me permite tal acercamiento) tan mayúsculo que pierde todo el encanto y agasajo que pudiera haber. Todos sus anteriores films habían constituido el apogeo de la era Tarantino y habían sido una lacónica muestra del savoir faire del director. En estos, la traza argumental jamás se perdía de vista y su toque tan humorístico e impactante venía dado por la peculiar forma de grabar y observar la realidad de aquél joven director. No obstante, Django es otro mundo aparte. Con el visionado de la película podemos afirmar que bajo todas esas capas de abstracciones visuales y secuencias hilarantes, reside más un anhelo de demostración del bárbaro y exagerado estilo tarantinesco antes que el relato e interpretación de la historia original del guión. Se nota que al director le encantan los westerns, los conoce a fondo y sabía qué hacía cuando se metió en el proyecto: sus primerísimos primeros planos a lo Sergio Leone, sus referencias visuales a películas de Anthony Mann y de Corbucci o su gran vista para el espectacular decorado y vestimenta de la película son una muestra de ello. Aún así, Tarantino se pierde en su propio mundo convirtiendo lo que parecía una historia de venganza en la más primitiva violencia, campo de batalla sin límite alguno para las filigranas y desmesuras visuales, que al final es lo único que acaba contando para el espectador. Sería una atrocidad tildar a esta obra de un “western”, pues aún compartiendo un contexto histórico y cultural muy parejo, no persigue los patrones de concepción del cine del Oeste que tenían sus precursores. Pero ojo, aún así, no es cuestión de que Tarantino no haya decidido decantarse por la innovación ni la quiebra de las tradicionales reglas impuestas en los mundos de pistolitas, mala uva y hombres fornidos, sino que simplemente se ha dejado guiar por el exhibicionismo más vulgar y desprestigiador que le podía acaecer, convirtiendo lo que podría haber sido con más cabeza y menos acción una obra de calibre inconmensurable en una película más, vana y pretenciosa.
Pero no todo es decepción. Es digno de mencionar ese toque grotesco y esperpéntico que aporta a algunas secuencias de la película, casi burlesco, como el asalto a capucha del Kuklux Klan: una pincelada y detalle magistral del genio de antes. Así como su buena elección para la banda sonora, que posiblemente sea lo mejor de un film que pierde fuel a cada instante, envuelto en constantes vueltas de tuerca que no crean un ambiente de tensión en el espectador sino que más bien ansían el final e incluso aburren.
Si bien es cierto que ha tenido bastantes manchas negras en su filmografía, jamás una película suya había supuesto un viraje tan grande como en la actualidad. No se ha arriesgado, ni se ha tirado a la piscina, simplemente ha asegurado su éxito de la más inmoral de las formas habidas y por haber: renunciando al Tarantino más innovador, chocante y contestatario. Hay que asumirlo, y cuanto antes lo hagamos mejor: Tarantino, acomodado ya en la cúpula del estrellato y la fama, ha perdido el talento y la perspicacia que antes poseía. Repitiendo la fórmula del éxito del pasado como si se tratara de una exacta y concisa fórmula química, el director repite escenas, situaciones, semejanzas argumentales e incluso actores. Para ser más exactos, su venerado Samuel L. Jackson, cuya interpretación (a pesar de una vestimenta y un saber estar muy pulidos) es una extensión en personalidad y carisma a la que llevo a cabo nueve años atrás en “Pulp Fiction”, con su personaje Jules Winnfield. Lo único digno de renombrar es la interpretación del excelente Christoph Waltz, que acaba eclipsando a un Jamie Foxx que no es capaz de seguirle la pista. Ojalá me esté equivocando señoras y señores, pero creo que esta cinta es la oportunidad idónea para bajarse del carro de la idolatría a Quentin, porque nada bueno puede acontecer de la mano de un director al que se le ha pasado el arroz.
Australocineatus
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