Pocas veces en el cine se puede ver un tratamiento tan sutil y tan inteligente de las relaciones entre hermanos, de la adolescencia, de la niñez y de las relaciones padre-hijo (en este caso, para ser más exactos, padre-hijas)

El hecho del fallecimiento de la madre acaba convirtiéndose en una simple anécdota o punto de partida; en una casualidad. Lo importante es lo que la película muestra: el peligro de estar vivo. Los peligros a los que nuestros hijos y, sobre todo, nuestros adolescentes, se efrentan cada día por el simple hecho de ir al colegio, de vivir en una ciudad determinada, de seguir a sus amigos, de hacer caso a sus instintos, de rebelarse a la autoridad... como ordena la evolución.

Lástima tantos espectadores que no supieron verlo y disfrutarlo, incluso se salieron de la sala. Se perdieron una ocasión perfecta de disfrutar de imágenes, de actores, de músicas y de buen cine. Se perdieron, en fin, una ocasión de aprender y crecer.