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Voto de gombrowicz:
9
Drama Narra una serie de reencuentros en la vida de Salvador Mallo, un director de cine en su ocaso. Algunos de ellos físicos, y otros recordados, como su infancia en los años 60, cuando emigró con sus padres a Paterna, un pueblo de Valencia, en busca de prosperidad, así como el primer deseo, su primer amor adulto ya en el Madrid de los 80, el dolor de la ruptura de este amor cuando todavía estaba vivo y palpitante, la escritura como única ... [+]
31 de marzo de 2019
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca tuve una adhesión total e incondicional a Almodóvar. Le tenía que reconocer lo que reconocieron millones de españoles. En las primeras películas Pepi, Lucy…, Qué he hecho yo… estábamos asistiendo a una realidad divertida que teníamos a nuestro alrededor, y la veíamos sorprendidos reflejarse en la pantalla por primera vez. Había nacido un ojo agudo que retrataba, con algunos filtros en modo caricatura, la España urbana y su despertar. Pronto aprendimos a no pedirle coherencia total en el guión ni películas redondas, como nos pasaba con Woody Allen, pero le agradecíamos que María Barranco dijera que se había pasado la noche follando, mira cómo se me pone el vello de punta al recordarlo, o lo de qué malamente se ha portado conmigo el mundo árabe. Esos hallazgos y otros muchos volaron por todo nuestro cielo y nutrieron las conversaciones y risas de los españoles. Almodóvar había abierto una espita que reenseñaba a los españoles
lo que en realidad ya reconocían por la calle. Se hizo de pronto mito y leyenda, triunfó en América y en el mundo, y este éxito le retroalimentó, cuando ya empezaba a ser menos fresco, y lo que es peor, cuando se veía internamente obligado a ser estrambótico, estrafalario, excéntrico y siempre genial, todo ello de una manera cada vez más forzada y con menos gracia. Soy un genio, y tengo que darme rienda suelta, supongo que se diría a sí mismo para espolearse, cuando elaboraba guiones con cucharaditas de talento que se le escapaban y toneladas de extravagancias sin gracia que creaba esforzado. Se iba secando rodeándose de flores aparatosas y cada vez más toscas. Se alejaba de la realidad que tan agudamente miró al principio. Era, cada vez más, Almodóvar mirándose el ombligo. Empezó a gustar más en Islandia que en España.
Creo que se mantenía el mito divorciado del verdadero aprecio de sus películas, de las que íbamos desertando cada vez más personas. Se mantenía por inercia, por su capacidad vendedora y por el recuerdo de lo que supuso. Provocaba cierta tristeza porque evocaba los tiempos de la desfachatez desinhibida y brillante. Estaba en caída libre, y el público lo notaba.
Pero mantenía escondidos, bajo un ropaje de excentricidad, su talento, su sensibilidad, y el aprendizaje progresivo de su oficio. En secreto iba soltando lastre. Lo digo ahora, porque ahora ha mostrado el resultado del grado de madurez adquirido, profesional y personal. Lo ha mostrado de golpe, todo, en una película ya desnuda y despojada de lo innecesario. Ha dejado salir de dentro, de lo hondo, un precoz testamento, emotivo y sobrio, contenido, eficazmente rodado e interpretado, que encandila por lo verdadero y sereno. Ni una gracieta tonta, ni una excentricidad. Una confesión a la que asistes sin perder un detalle, con una emoción tranquila. Ha hecho una película que no es como las de Almodóvar, porque la ha despojado de plumaje, pero es la esencia de Almodóvar. Y no quiere ser genial. Creo que la necesitaba.
Como en literatura, la base para que una obra sea impecable radica en último término en la voz narrativa y en el tono. Almodóvar lo ha encontrado antes incluso de empezar a rodar, y ya encontrado, toda la cinta transcurre en estado de gracia. Así le ha salido una película redonda.
gombrowicz
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