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Voto de Fco Javier Rodríguez Barranco:
7
Drama Abla regenta una humilde pastelería en su propia vivienda de Casablanca, donde vive sola con Warda, su hija de 8 años. Su rutina, dictada por el trabajo y las labores domésticas, se ve un día interrumpida cuando alguien llama a su puerta. Se trata de Samia, una joven embarazada que busca empleo y techo. A la pequeña le atrae la recién llegada desde el primer momento, pero la madre se opone inicialmente a acoger a la extraña en su casa. ... [+]
25 de diciembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En alguna ocasión anterior hemos comentado la película Sofía (2018), de Meryem Benm’Barek, que se desarrolla en Casablanca y en esta ciudad también se sitúa Adam (2019), de Maryam Touzani, basada en una experiencia autobiográfica y que comparte con Sofía algo más que la ciudad donde se desarrolla la acción y la proximidad en el año de rodaje: ambas tratan el tema de los embarazos no deseados en Marruecos, una cuestión que pudiéramos extender a los países musulmanes. Estas dos producciones también se hallan unidas por ser mujeres y marroquíes las realizadoras.
Una vez establecido el nexo entre en esta pareja de filmes, procede ahora considerar lo que diferencia ambas películas o, por mejor decir, lo que individualiza Adam.
Podemos empezar por el espacio físico de la cinta Touzani dado que esta directora opta por centrarse en lo más profundo de la medina baidaní, de tal modo que muchas veces el espectador se siente transportado a un momento situado hace varios siglos: apenas la indumentaria masculina en las escasas apariciones de hombres en este largometraje o la de la niña Warda, de la que luego hablaremos, nos sitúan en la actualidad. Una sensación de viaje en el tiempo que se potencia cuando comprobamos que casi toda la trama transcurre en interiores a los que la directora ha dotado de una inmensa plasticidad que recuerda a La lechera, de Johannes Vermeer, o cualquiera de sus pinturas de la intimidad familiar holandesa en el siglo XVII, pues, en efecto, son tonos terrosos los que imperan en Adam con gran protagonismo del marrón, obviamente. La cámara se demora en mostrarnos la fabricación de dulces o las escenas de puertas para adentro: con tanta delicadeza nos muestra la realizadora esos momentos que es como si los propios colores nos contaran la historia.
Bueno, ¿y quién habita en esta casa? Inicialmente dos personas: Abla, la madre, y Warda, la niña de 8 años a la que ya hemos aludido. A ellas se une Samia, que busca un rincón para bien parir, y quizá porque estoy redactando estas líneas en el mismísimo día de Navidad, algo hay en esa situación que me recuerda la vivida por la Sagrada Familia en Belén, según cuenta el Evangelio, pero sin san José.
Y ese es el triángulo en que se inscribe la acción en una trama que parece ser una alegoría de los tres ejes temporales: el pasado doloroso personificado por Abla, un futuro esperanzador en Warda, que estudia y hace los deberes escolares en casa, como debe hacer cualquier niña en una sociedad que aspire a modernizarse, pero nos hallamos también con el presente nada halagüeño que nos ofrece el personaje de Samia, portadora de futuro, pero de un futuro contaminado por un pecado terrible en el mundo que le ha tocado vivir: un embarazo sin matrimonio.
Dentro de ese armazón, el personaje que más riqueza de recursos ofrece es el de Abla, magníficamente interpretado por Lubna Azabal, que se mueve entre la dureza y la ternura, que es lo que poco a poco se va imponiendo. Se trata de una mujer que perdió a su marido en un accidente laboral y no es que la sociedad darelbaidí le imponga un sufrimiento perpetuo, algo así como un final de su femineidad, es que ella en su fuero interno no lo ha superado. Sin embargo, la gravidez de Samia le devuelve las ganas de vivir y el deseo de volver a sentirse guapa. Incluso tiene un pretendiente: Slimani, con escaso peso en el filme.
¿Y Adam? Porque Adam es nombre masculino y además el título de la película. Bueno, Adam, ya lo habrán adivinado ustedes, es el nombre que se pone al recién nacido bebé de Samia. Adam, o Adán en español ortodoxo, ocupa también una posición privilegiada en el islam, pues se considera que fue el primer ser humano en la tierra y, por lo tanto, el primer nabi o profeta. De manera que judíos, cristianos y musulmanes convergen en una misma persona como origen de la humanidad e incluso en el Islam se habla de Hawa, Eva, la primera mujer, la madre de la humanidad. Pero en esto sí difiere el islam de las otras dos grandes religiones monoteístas, pues para los discípulos de Mahoma el primer hombre, Adán, es una figura de reverencia.
Sin embargo, mezclando un poco todo eso, Touzani nos ofrece un Adam que desde su concepción acarrea el estigma del pecado original, pues su madre no está casada y por eso desde el primer momento Samia manifiesta su voluntad de entregarlo en adopción para que no tenga que arrastrar durante toda su vida la vergüenza por las culpas de la madre: de hecho, al principio se niega a ponerle nombre o a darle el pecho para no encariñarse con él. Por ello, la principal tensión dramática del filme se articula alrededor de esa cuestión: si Samia entrega o no a su hijo en adopción y yo, desde luego, no voy a desvelarlo: les corresponde a ustedes asistir a esta magnífica película.
Lo terrible, lo verdaderamente terrible a mi modo de ver, y que separa totalmente dos películas que tratan el mismo tema, Sofía y Adam, es que en la primera la amenaza que pende sobre la protagonista, es decir, la familia, en particular, y la sociedad, en general, se muestra explícitamente en pantalla, mientras que en Adam no se ven los temores que angustian a Samia. Para mayor abundamiento, el guion se construye de manera que nada sepamos de los padres de la joven o del progenitor del bebé y por ello Samia se inventa toda una suerte de artimañas para estar lejos de su familia, al menos durante los meses en que el embarazo es evidente, lo cual en una película cargada de simbolismo como es esta, y según ya hemos comentado ha de tener un valor y ese valor, a mi manera de ver las cosas, es el de plasmar una situación de terrores internos de la persona, almacenados como una penosa carga genética. Es el pánico a lo que no se ve, pero sentimos como muy real lo que amarga la existencia de las personas. Un molde atrofiado de vida, un muñón de ilusiones, que recibimos en cada gotita de leche desde que nacemos y que poco a poco socava cualquier aspiración a la felicidad.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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