Techo y comida. Su título resume los devenires y quehaceres diarios de más de uno y de una. Esa pesadilla sin fin de los que pelean por conservar un techo y conseguir un plato de comida evitando pasar por un ronroneo de tripas excesivo, resulta como un golpe directo a la mandíbula para las conciencias adormecidas y las barrigas llenas.
La película ahonda en el duro mensaje que activa de manera continuada con una gran Natalia de Molina por delante -de los mejores descubrimientos nacionales de los últimos tiempos y un segundo Goya en la buchaca por su papel- como una joven madre soltera, sin empleo y sin ingresos suficientes, que lucha una batalla diaria por conseguir subsistir y sacar adelante como buenamente puede y le dejan a su hijo pequeño. La visión de este drama social no ofrece paños calientes ni tampoco sensibilidades con las que endulzar de cara a la galería. La realidad actual de muchos expuesta con sobriedad narrativa, por momentos casi como estar viendo uno de esos tristes reportajes, en los que la vergüenza, la desesperación y el contraste también son parte del maldito día a día.