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Voto de John Dunbar:
10
Comedia. Terror El joven doctor Frederick Frankenstein, un neurocirujano norteamericano, trata de escapar del estigma legado por su abuelo, quien creó años atrás una horrible criatura. Pero, cuando hereda el castillo de Frankenstein y descubre un extraño manual científico en el que se explica paso a paso cómo devolverle la vida a un cadáver, comienza a crear su propio monstruo. (FILMAFFINITY)
29 de abril de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Apostaría con fuerza a que cuando la señora Mary Shelley publicó su 'Frankenstein o el moderno Prometeo' en 1818, no imaginaba que su novela fuera a dar tanto de sí, en un invento llamado cine al que aún le quedaban años para ver la luz, pasando por llegar a ser fuente de una de las mejores parodias del mismo. Entre otras cosas, porque el término parodia, tal y como hoy en día lo aceptamos, era un término inexistente. Si el género, la comedia, descansa sobre los hombros de nombres propios como Chaplin o Wilder, un descendiente natural de la misma como el de la caricatura, lleva entre sus principales títulos el de la obra de Mel Brooks.
Y eso es lo que la película del neoyorquino trata de dibujar, la parodia en una de sus mejores expresiones cargada de múltiples detalles; de cómo Fronkonstin (Gene Wilder) pasó a ser Frankenstein y de cómo la criatura (Peter Boyle) pasó a ser hombre. Un jugar a ser Dios fallido, hecho con sorna y mayor desgracia, si cabe. El miedo subrepticio, también, a lo desconocido, al diferente, y así, su reacción, con música melódica y un poquito siniestra al violín para amansar al monstruo. La negación del pasado, punto de partida con la primigenia obra de Shelley, maldición irreductible que sirve para certificar que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. De porqué si es Fronkonstin en lugar de Frankenstein, no ha de ser Frodorick en vez de Frederick, de igual modo que Igor se ha de pronunciar Aigor. De cómo locura y cordura se alternan jugando la baza de parábola subliminal o el puritanismo se quita los corsés para convertirse en libertinaje, más los dobles sentidos, particularmente dirigidos hacia Inga (Teri Garr), son moneda de cambio que quizá en otro contexto quedaran en simples vulgaridades. De un jorobado de ojos saltones (Marty Feldman), divinamente iletrado, capaz de cambiar de lugar su atrofia a su antojo, unos caballos que relinchan complementados con truenos que se hacen notar al oír pronunciar el infausto apellido del ama de llaves (Cloris Leachman) o un ciego imposible (Gene Hackman) ejerciendo de anfitrión puntual de la bestia.

Brooks nunca volvió a estar tan certero después de aquel 1974, lo que no es óbice para entender que aquí su visionado ha de ser obligatorio. Mi escena favorita, el andén.
John Dunbar
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