La verdad es que la única razón que me impulsó a ver esta película cuando se estaba proyectando en cines es que era la más larga que había en cartelera y yo buscaba un sitio con aire acondicionado en el que guarecerme durante un buen rato de las elevadísimas temperaturas con que el clima me fustigaba en ese entonces. Por desgracia, la película,más que larga, me pareció interminable, y no soy de los que tienen la suerte de quedarse dormidos en casos como éste. El argumento es un vulgar novelón gay: dos vaqueros se enamoran, pero en vez de tener las pelotas suficientes para asumir su condición de homosexuales e irse a vivir juntos, andan encontrándose clandestinamente durante años, tras haberse casado ambos y tener dos hijas uno de ellos. Y hay que bancarlos a lo largo de toda la trama gimoteando por no vivir como ellos quisieran. Por Dios, ¡qué plomo! ¿Y se presume que son recios? Esto a Yul Brinner no le hubiera sucedido jamás, caso de enamorarse de otro hombre se hubiera con él y, revólver mediante, dejaba como un colador a quien quisiera ponerle alguna objeción. Y así se habría logrado un filme mucho más interesante que éste. La música de Gustavo Santaolalla acentúa el carácter soporífero del argumento: son siempre las tres o cuatro mismas notas repetidas hasta el infinito. El calor hubiera sido un castigo mucho más soportable...