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Santo Tomé y Príncipe Santo Tomé y Príncipe · Villacanicas del Hoyo
Voto de McCunninghum:
5
Comedia. Aventuras. Ciencia ficción Aventuras de dos frikis ingleses que viajan hasta la Comic Con y, después, hasta el Área 51. En su camino se encuentran con un pequeño alienígena llamado Paul que necesita que le presten ayuda para escapar del Gobierno y, también, para encontrar el camino de regreso a su hogar. (FILMAFFINITY)
14 de setiembre de 2011
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
3
El último de los aliens en invadirnos este ver-ano, sin embargo, sí que tiene ano, como puede verse. Y rostro (“la huella del otro”) y voz.
En Paul, el director norteamericano Greg Mottola pone en escena un guión de la pareja de cómicos británicos (y protagonistas del filme) Nick Frost y Simon Pegg, especialistas en parodiar los géneros cinematográficos en clave posthumorada. No es baladí el origen insular de ambos personajes ni el de la película. Desde el mismo título, aquí el alien posee nombre, identidad, está completamente humanizado. Su aparición no supone sino un contrapunto a la existencia limítrofe de los personajes interpretados por Frost y Pegg: seres periféricos, mal avenidos con la sociedad, los así llamados frikis (fanáticos de los cómics, la ciencia-ficción y lo extraterrestre) son entes muy precisamente alienados. Con la llegada del alien de nombre Paul, Paul deriva en una comedia de situación con momentos más o menos chuscos y otros más o menos memorables, que pasa de la citación al Padre (la sombra de Spielberg es omnipresente y oronda) al surrealismo naive. Desmitificación del universo alien que consiste en la introducción de lo humano en el cuerpo alienígena: Paul, además de tener ano, fuma, bebe y es un fiestero y liante impenitente. En un film que se desarrolla en la frontera de los Estados Unidos con Méjico, el alien es rápidamente colocado, por pura sinécdoque, en el papel del ser que cruza fronteras: el inmigrante, el sin papeles, el ilegal. Paul no es solamente el chicano que arriba a América de estraperlo, sino que pronto se asimila con sus compañeros frikis británicos. El alien ya no es una criatura de un señero universo con pinta terrorífica: el alien ya somos nosotros. No el otro entre nosotros fruto de la paranoia y el miedo patológico: no, nosotros.
Las peripecias de Paul, Nick y Simon nos sirven, además de para realizar paráfrasis de clásicos ochenteros (los sabidos hitos de S.S., pero también Gremlins (Joe dante, 1984) o Cortocircuito (Short Circuit, John Badham, 1986)), para constatar que la relación humano-alien es previa a la invasión del inconsciente imaginario (tenga la forma de un cubo de basura de carne con cabeza de T o la de un bogavante grávido de escamas, bocas y orificios). La aparición de Paul viene a decirnos, volviendo a un dicho de Zizek: “Teme al prójimo como a ti mismo”. Era una necesidad que fueran un par de ingleses los que se adentraran en la Madre Nodriza de Jolibú para comunicarnos la buena nueva: la verdad NO está ahí fuera. Lo que sería como decir: todos somos alienígenas (todos tenemos un ano, mírense, ese punto gravitacional que siempre ha generado, aunque sea simbólicamente, una destrucción –instantánea y efímera- de la estratificación social en clases; ya saben, el rey va desnudo, el rey caga, etc…) y, por tanto, NO hay alienígenas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
McCunninghum
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