Uno de los directores más hiperactivos y estimulantes del panorama cinematográfico europeo, François Ozón vuelve a mostrar su firmeza en esta atrevida película sobre la identidad y la diferencia.

La película derrocha elegancia y buena mano desde el inicio, con esa fantástica economicación narrativa y el genial uso de las elipsis. En cuanto llegamos al tiempo narrativo presente del filme, el atrevimiento del tema a tratar y la ambigüedad que lo sobrevuela convierten al filme en un conjunto desigual aunque siempre entretenido e interesante.

Ozón deja evidentes sus influencias de Almodóvar y Buñuel en esta cinta y plantea un canto a la libertad de la identidad sexual individual y una admiración total al lado femenino (que no solo las mujeres) en esta desigual cinta que roza lo cursi en algunos momentos y un directo atrevimiento en otros.

Romain Duris dota de credibilidad al ambigüo personaje protagonista, conmoviéndonos y realizando una entrega interpretativa magistral; acompañado de la intensa Anaïs Demoustier, una de las actrices más en forma del cine francés en la actualidad, que resulta ser el personaje guia para el espectador.

Ozón vuelve a crear una interesante propuesta, que juega con el suspense aunque de forma más desigual que la excelente En la casa (2012) y plantea un atrevido y sensible relato sobre la identidad propia de cada uno. Aunque el ambigüo desenlace (como no podia ser de otra forma) pueda dejar un regusto agrio, el filme está construido con buena mano y por unos actores que conmueven y se entregan a este atrevido melodrama.