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España España · Shangri-la. Andalucía
Voto de Maggie Smee:
4
Musical. Romance. Comedia. Drama Mia (Emma Stone), una joven aspirante a actriz que trabaja como camarera mientras acude a castings, y Sebastian (Ryan Gosling), un pianista de jazz que se gana la vida tocando en sórdidos tugurios, se enamoran, pero su gran ambición por llegar a la cima en sus carreras artísticas amenaza con separarlos. (FILMAFFINITY)
14 de enero de 2017
335 de 536 usuarios han encontrado esta crítica útil
La verdad es que no sé por dónde empezar. No quiero extenderme demasiado hablando de los supuestos motivos externos de la película que la han convertido en un éxito, que convenía que así fuera, ni de su tremenda campaña de promoción, pero sería curioso al menos señalar que estamos ante todo un ejemplo de estrategia de cuándo estrenar un film y sacar el máximo rendimiento en taquilla. De entrada, el subtítulo español añadido a su título no lo recordarán los espectadores, sino que se remitirán a su título original, tal y como ya ocurrió en los informativos televisivos cuando daban la noticia de que había arrasado con siete Globos de Oro, creando un nuevo récord. Ya le pasó por ejemplo a “Amor sin barreras”, subtítulo añadido a “West Side Story” y que a estas alturas nadie recuerda.

Al menos para mí, lo mejor de “La La Land (La ciudad de las estrellas)” es su principio, con ese logo “prestado” de Cinemascope en precioso technicolor que, automáticamente, nos remite a la época del musical americano rodado en este sistema, aunque haya sido rodado realmente en Panavision. Su primer número musical, totalmente colorista, tiene un cruce entre número contemporáneo de musical de Broadway para turistas y de Jacques Demy, pero a mucha distancia de lo que es un musical americano en toda regla y del citado Demy, ya digo, y eso que es uno de los más espectaculares y logrados, dentro de la propuesta que presenta Damien Chazelle, una propuesta que se va desinflando según avanza su metraje, ya que para la anécdota que cuenta nos resulta de excesiva duración y sin sorpresa.

Por desgracia “La La Land” a mí no me hechizado, y eso que cuando veo un buen musical me derrito. Su coreografía me parece simplona, con pasos muy elementales para que cualquiera posteriormente, en su versión teatral, porque la habrá y de eso se trataba su éxito, lo pueda hacer sin complicaciones, así como cantar sus canciones, que no implican grandes registros vocales ni grandes complicaciones. Y más vale no entrar en comparaciones, porque si suelen odiosas aquí serían humillantes, ya que no hay ni rastro de los bailes de Gene Kelly, Fred Astaire, Ginger Rogers, Rita Hayworth, Judy Garland, Ann Miller o de las piernas mágicas de Cyd Charisse. Ni sombra de Minnelli, Donen o Cukor entre otros, por no hablar de los últimos renovadores del género, como el gran Bob Fosse. Todo, más que homenaje, es un copia, corta y pega de miles de títulos, incluyendo hasta momentos de Woody Allen de su “Todos dicen I love You”, quizás todo generado por el encanto y el éxito que fue “The Artist”. Era lógico que la propia industria hiciera su respuesta ya que es el musical, junto con el “western”, son los géneros más genuinamente americanos. Y el musical, para mayor INRI, hay que tener en cuenta que es el género que mayor cantidad de premios ha ido recogiendo a lo largo de la historia.

Puede que aquí sea donde reside la esperanza renovadora de la industria americana, que intentará imponer este nuevo estilo de musical para hacer frente a la moda del cine de súper héroes o entregas galácticas, cada vez más repetitiva y cansina, con el aliciente de pasar posteriormente a teatro el musical que en cine haya sido rentable, primero en escenarios americanos y luego venderlos al resto del mundo, incluyendo España, que parece que al fin ha entrado por el aro y forma parte del circuito, que trabajo ha costado.

Creo que la clave de todo está dentro de la misma película, en el diálogo que se mantiene en el primer encuentro entre Keith (John Legend) cuando habla con su amigo Sebastian (Ryan Gosling), este un purista del jazz. Keith le oferta un trabajo en un grupo y le habla que hay que renovarse, tocando un estilo adulterado, más “moderno”, ya que el jazz sólo lo escuchan los viejos de noventa años y que si decide seguir siendo un purista, morirá de asco. Pues eso ha hecho Chazelle, su director, sin el talento suficiente, como el resto del equipo, optando por una “renovación/ adulteración” del género, ya que hubieran sido incapaces de hacer un musical como los antológicos o en su defecto renovador en toda regla.

Su atmósfera también me ha evocado inevitablemente a Coppola, con su “Cotton Club” o sobre todo con su preciosa “Corazonada” que injustamente fue todo un fracaso. Y no solo hay un cierto aire de Coppola en esto, también de Hitchcock, con esas ventanas que despiden esa luz verde fantasmagórica que nos recuerda a “Vértigo”, o esos giros de cámara a lo Brian De Palma, o ese ambiente de clubes que tan bien recreaba Blake Edwards pero sin llegar a la altura de los mencionados, y la lista podría continuar, sería interminable.
Justin Hurwitz con su banda sonora en la que se incluyen temas versionados, no originales, Linus Sandgren con su preciosista fotografía, Tom Cross en montaje o Mary Zophres con su vestuario, son opciones favoritas para adueñarse de los Oscars en la próxima edición y sumar más premios de los que en principio le podían caer.
El que Emma Stone esté frente a uno de los más encantadores personajes de su carrera no tendría que ser motivo de premio. Es como esos Oscars que con el tiempo se ven algo disparatados como el que le dieron a Cher por “Hechizo de luna” o a Gwyneth Paltrow por “Shakespeare in Love”. Ryan Gosling se ve que se lo ha currado, pero más se lo curró por ejemplo Richard Gere en “Cotton Club” donde nadie le doblaba en los solos de trompeta y nadie se lo reconoció. En cuanto a los secundarios están como sumergidos en la niebla, poco importan, incluyendo las amigas de la protagonista, que podían haber tenido mayor relevancia y que finalmente no aportan nada. En fin, un nuevo mito inflado a más no poder, quizás para no pensar en Donald Trump.
Maggie Smee
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