No sé el motivo, pero lo cierto es que cuando François Ozon hace una de esas películas que él sabe, oscuras, crueles y espesas en maldad, la crítica le reconoce su mérito, pero cuando hace algo traslúcido (nunca será diáfano, gracias a Dios), cuando es más colorista, algo menos duro, la crítica le juzga con más indiferencia de la debida, como es el caso presente, “Una nueva amiga”, que sin llegar a la “blancura” de la más “inocente” que ha hecho, y que no por ello deja de ser divertida, “Potiche”, ha sido considerada también un film menor si se la compara con otros títulos de su filmografía (cosa que hasta cierto punto podría ser), y por ello tachada por algunos de no tener interés, cosa en la que no estoy de acuerdo en absoluto. Porque Ozon, como cineasta inteligente que es, no solo cuenta bien la historia sino que paralelamente apunta, cuanto menos, temas interesantes, facilitando veracidad a los personajes y ayudándoles en el proceso creativo.
Que “Una nueva amiga” saliese prefecta era casi imposible, porque se basa en una novela de Ruth Rendell, en la que una compleja trama se entrelaza con sentimientos encontrados y mezcla diferentes géneros, desde la comedia al drama y rozando casi por el vodevil más surrealista. Y por ello hay momentos en que la película puede despistar al espectador (mucho más si la ve en su versión doblada), el pulso de Ozon como que se diluye en algunos momentos, pero nunca decae, frente a otros donde recobra gran fuerza, por encima incluso de la media del tono de la película, y eso que la lleva correctamente. Es una película muy arriesgada en sus intenciones y diferente si se la compara con el resto de los títulos de la cartelera.
También algún crítico que otro alude de que se trata de un film casi de Almodóvar. Tampoco lo creo. Ambos directores bebieron de Rendell, transformando o variando lo que querían extraer de ella. Sin duda "Una nueva amiga” es un material que le hubiera interesado al director manchego, pero no emula su personalidad, a Ozon eso no le hace falta, y juega incluso con sombras hitchcocknianas, que aunque no se terminen de desarrollar, está apoyada constantemente por su buena banda sonora. Lo veo más como un proyecto afín al Todd Haynes más clásico (aunque sin llegar a su altura en esta ocasión) o como un homenaje al melodrama de Douglas Sirk en su visión más actual. Y eso repercute en la película en sí, tanto para lo bueno como para lo malo.
Y destacar por su supuesto la infravalorada labor de sus actores, que se prestan al juego que se les propone más que hacer un intento de “realismo” a ultranza. Romain Duris es quien se tiene el bombón de personaje, y aunque el resto esté a su nivel, especialmente me llamó la atención Anaïs Demoustier, con un físico muy de cine francés, que en algunos planos me recordaba a una joven Isabelle Huppert y cuyas miradas y gestos desprenden una aparente naturalidad, cuando realmente se trata de dominio de escena, y no se nota, que es lo que hacen los buenos actores. Quizás sea un logro más de una sabia dirección que también puede pasar por imperceptible.