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Voto de Capi Vidal:
2
Comedia. Drama A punto de cumplir 45, Rosa se da cuenta de que ha vivido siempre para los demás y decide marcharse, dejarlo todo y apretar el botón nuclear. Quiere tomar las riendas de su vida y cumplir el sueño de tener un negocio propio. Pero pronto descubrirá que su padre, sus hermanos y su hija tienen otros planes, y que cambiar de vida no es tan sencillo si no está en el guion familiar.
23 de agosto de 2020
108 de 192 usuarios han encontrado esta crítica útil
Animado por una cinematografía siempre interesante, aunque desigual, la de Icíar Bollaín, y también por las buenas críticas, así como por una actriz, a veces excelente, como es Candela Peña, acudo a una sala de cine a ver la última película de la directora. No soy muy dado a escribir reseñas negativas, sobre películas que poco o nada me han gustado, pero creo que en este caso, dada la casi completa unanimidad en los elogios al film, me parece justo y obligado buscar un poco de ecuanimidad en notas tan excesivas. Y ello lo haré, al menos, desde dos ámbitos o puntos de vista.

En el estrictamente cinematográfico, y tal vez es algo indisociable de otros aspectos, me encuentro una película, y lamento mucho decirlo, muy floja, por no decir tremendamente mala; es más, grotesca en algunos aspectos. Se dice que esta obra ha supuesto una vuelta de Bollaín a sus comienzos, imagino que aludiendo a las reivindicables “¡Hola, estás sola!” o “Flores de otro mundo”, tan sencillas, como emotivas. Es posible que, al menos superficialmente, pudiéramos emparentar “La boda de Rosa” en algunas aspectos con las obras mencionadas. Sin embargo, y a pesar de que, efectivamente, nos encontramos con una historia sencilla, tal vez demasiado, aunque ello creo que bien puede esconder cierta irritante pretenciosidad, prácticamente nada funciona en ella desde mi punto de vista.

El argumento es, efectivamente, tremendamente simple, y hay que recordar que no es ningún handicap a priori, ya que sobre muchos de este tipo se han hecho buenas películas. Sin embargo, todos los problemas recaen sobre el guion, coescrito por la propia Bollaín, sonrojante en la mayoría de sus diálogos y en su pretendida tensión dramática, así como en una realización que poco o nada puede hacer frente a semejante material. Los personajes, con escasa profundidad, mal trazados, nada susceptibles de empatía por parte del espectador, y con unas interpretaciones, de unos actores cuyo talento ha quedado demostrado en otras ocasiones, hay que decirlo suavemente, cuestionables.

Frente a estos aspectos cinematográficos, tan sorprendentemente lamentables, siempre en opinión del que suscribe, dado el talento e interés por su obra que Bollaín ha suscitado casi siempre, hablaremos de las intenciones del film. Se le atribuye a Billy Wilder cierta frase, sin ánimo de ser literal, ya que escribo de memoria, acerca de que cuando quería enviar un mensaje, acudía a algún servicio de correos. Bien, no me cabe ninguna duda que el genial realizador, una vez más, quería reírse de nosotros con semejante aseveración; los buenos guiones, como era el caso del también escritor Wilder, contienen a la fuerza un montón de ideas acerca de los diversos ámbitos de la existencia humana. Otra cosa es lo que pensemos acerca de esas ideas contenidas en un film, del supuesto “mensaje”, término con el que yo mismo no me encuentro a gusto por sus connotaciones reduccionistas y doctrinarias.

Sea como fuere, en el caso de “La boda de Rosa”, el mensaje o idea central, una vez más lamento decirlo por aspectos es lo que incidiré más adelante, es, tan infantil, como grotesco y vergonzante. Y afirmo esto a sabiendas de que se ha querido ver la historia, sin sonrojo alguno, como reivindicación feminista e, incluso, como libertaria y emancipatoria. Como todos estos conceptos, efectivamente, en busca de un concepto amplio de libertad para el conjunto de los seres humanos, aunque concretando en luchas de género o, por poner otro ejemplo ajeno al film, de diversidad sexual, me causan un excesivo respeto, no puedo emparentarlos de ningún modo con la propuesta presente el film. Más bien, la historia nos remite a esa filosofía de baratillo, propia de la posmodernidad, que obvia las alienantes estructuras políticas y económicas, y nos repite machaconamente a un nivel estrictamente individual, e insultantemente pueril, que somos maravillosos y que hagamos realidad nuestros sueños. Es muy posible que esta lectura trascienda las intenciones de Icíar Bollaín, o de Alicia Luna, responsable también del guion; estoy casi seguro de ello, lo cual no evita las sensaciones acerca de su obra que, al parecer, ha provocado en un público muy minoritario del que, de forma obvia, formo parte.

Como colofón a esta reseña, y admitiendo una vez más la inevitable subjetividad que todo lo impregna, sin intención justificatoria alguna, pero con alguna inquietud provocadora, lanzaría una advertencia sobre uno de los rasgos más alarmantes de nuestras sociedades posmodernas: la progresiva pérdida de pensamiento crítico.
Capi Vidal
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