Parajanov, ese director del que he visto algo pero no lo suficiente, cuenta con mis favores. En Ashik Kerib cuenta de nuevo con esa característica suya tan marca de la casa: ser eminentemente visual, poderoso a la hora de mostrar, con la habilidad de narrar con una banda sonora (la de su tierra, Armenia) y un personaje que vaga por el exilio de las circunstancias personales. Sin que nos aburramos en sus tiempos aparentemente muertos. Historia que raya en los relatos de los sinsabores amorosos de las mil y una noches, pero a la armenia.

Un cine bastante ceremonioso y ritual, formal y argumentalmente, que sigue pautas que uno deduce muy de la idiosincrasia de aquellas tierras. Un musical, si se quiere, que en ese sentido integra a la perfección trama y esas canciones folclóricas. Ése es el principal atractivo de la película, dejarse atrapar por esa simbiosis. De otra forma, corres el peligro de anclarte en la historia y no avanzar en tu interés. Es decir, no aburre pero existe el riesgo. Mejor el comienzo (por deslumbrante en la forma de enseñar esos ritos) que el desarrollo. No es un cine que llame la atención. No es una bofetada hasta en toda la extensión, como otras películas de Parajanov, pero no te llevas ninguna decepción.