Lo peor, o lo mejor, de Citizenfour es que parece un asfixiante thriller de ciencia ficción derivativo de "1984"...y no lo es. Cuando cierran los títulos de crédito no puedes deleitarte en dar vueltas a la ficción desde la comodidad de un bar o en el sofá de casa, porque esta historia de desasosiego está inconclusa y se va a ir contigo en tu móvil, ordenador o bonobús. Parece claro que el metraje casi clandestino que filma a Snowden horas antes de que tirara de la manta cumplen, en cierta forma, un seguro de vida frente a lo devastador de sus declaraciones. Durante el documental de Poitras rige la incertidumbre, fomentada también por ese aire a lo LeCarré que la directora dramatiza en este, por lo demás, desnudo documental. Snowden, que no puede escapar de la vanidad del héroe se arroga el papel de martir de la causa con clara intencionalidad, y aunque es muy consciente de lo que va a detonar, cuando realmente aparece el caos se le empiezan a subir los huevecillos al gaznate y ese temple de Gary Copper acaba dando paso al chaval, indudablemente inteligente, pero a fin de cuentas con los recursos propios de un chico de 29 años. Busca y quiere, se pone guapo sin dejar anarquía al peinado, ser el protagonista pero bajo el colchón de la globalización de las victimas. Sabe que este gran Skynet que husmea hasta el más recóndito rincón afecta hasta al más inocente de los ciudadanos, que la privacidad es la libertad de todos, que el mundo es más inseguro ahora por contra de lo que las élites manifiestan y que, por tanto, la gente a pie de calle va a estar con él pese a todo. Y debemos estar.