Ser pretencioso no es un defecto en sí mismo. En últimas, cada cosa puede definir lo que espera y lo que siente que brinda. El defecto es que a la pretensión no la acompañe una verdadera solidez argumental.
En Psi tenemos a un psicólogo pretencioso (es un defecto particular del gremio), que intenta resolver los más extraños casos de la personalidad valiéndose de la exageración de los mismos o de la inmersión en los casos con particular tendencia a hacer de la terapia algo completamente original. Mientras los casos transcurren, descubrimos en la vida de Carlo, el psicólogo, el afecto por sus seres queridos, una ex esposa, sus hijos, una sensual compañera de trabajo a la que, al parecer, siempre ha querido llevar a la cama, un sepulturero o guardián de cementerio que parece un personaje siniestro pero que, en definitiva, no es más que huraño y tímido. El retablo de personajes no anima más que unos diálogos sobre uno que otro asunto existencial, una novedad bibliográfica y uno que otro coqueteo, pero no más. La serie no avanza, no se siente enérgica. Porque se puede ser lento, meticuloso, pero no carecer de energía.
Como todo lo que toca HBO, parece que es buena, y tiene el trabajo de arte y de guión atravesado por verdaderos talentos. Pero los resultados pueden ser, igual que en cualquier otra parte, desafortunados de vez en cuando. Así ocurre con Psi que se pierde en hacer intrigante un personaje que no ofrece más que una mirada.