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España España · Zaragoza
Voto de Paco Ortega:
9
Drama Charlotte es una famosa concertista de piano que ha estado tan volcada en su carrera que no ha visto a su hija Eva en siete años. Eva, que vive con su marido, un pastor protestante, y con una hermana gravemente incapacitada, mantiene con su madre una relación de amor-odio. Después de tantos años, Charlotte decide ir a visitarlos, pero el encuentro pronto se convertirá en un tenso duelo entre madre e hija. (FILMAFFINITY)
26 de agosto de 2010
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mismo año en que estrena esta película (1978), Ingmar Bergman lleva también a la escena una obra de August Strindberg (1849-1912): “El sueño”. No es en absoluto una casualidad. En las dos anteriores ocasiones también habían sido textos de Strindberg sobre los que trabajara en el teatro, y especialmente en su propia sala de Estocolmo. Toda su vida profesional supuso una relación permanente con ese dramaturgo obsesivo y peculiar al que tanto admiraba, con esos personajes torturados que salían de su compleja imaginación y de sus propias vivencias, concebidos por un hombre que nunca pudo ser realmente feliz. Pero es en los últimos compases de su carrera profesional cuando Bergman se siente con la suficiente sabiduría práctica contrastada y la familiaridad necesarias como para bucear en los significados y los procedimientos de quien considera un autor de la talla de Shakespeare.

El cineasta se pasó, pues, su vida en contacto con la obra de Strindberg. Es completamente normal que en sus películas encontremos siempre su aroma. En este caso en el que, además de dirigir también escribe el guión, el aroma se convierte en olor penetrante. Strindberg está instalado en ella: ahí están sus personajes insomnes, atrapados en su propio egoísmo, en sus preocupaciones mezquinas, ahí están sus momentos de confesión, ahí sus instantes desgarradores tras tantos años de silencio. Strinberg escribe crónicas de ese día en el que por fin el dolor del personaje se convierte en un rabioso caudal de palabras. Bergman aquí también.

Y ahí están también sus principales acusaciones: “el dolor de una hija es el éxito de la madre”, se pregunta Eva en esta película, sospechando la respuesta. La vida, pues, como eterno cordón umbilical, en donde somos lo que nos han hecho que fuéramos y convertimos a los demás en nuestras propias víctimas. Una cadena de causas y efectos de donde escapar es francamente complicado, por no decir imposible. Se vive soportando ese fardo de la culpa compartida, que se transmite y transmitimos de generación en generación.

Bergman cuenta que mantuvo con Ingrid Bergman una batalla campal durante el rodaje. Dice que no entendía sus propuestas y que se las rebatía de forma ardiente. Nunca se podría adivinar tal cosa. Esa diosa parece interpretar el mejor personaje de su vida, lleno de verdad, de dolor, de escapatoria. Y Liv Ullmann, la fiel actriz del maestro sueco, que aquí vuelve a estar excepcional. ¿Qué decir de ella...? La escena del piano, por ejemplo, en la que escucha tocar a su madre, y su mirada refleja todo el universo de sentimientos contradictorios, es para recordar eternamente.

La película es una obra maestra de la proporción, de la intensidad, de la inteligencia, de la profundidad en la reflexión sobre los comportamientos humanos y en nuestra condición de tales.
Paco Ortega
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