Juan José Campanella acierta de pleno con esta historia de personas, que sólo hablada en argentino puede conseguir esos diálogos ácidos, con trasfondos tristes. La película gira en torno a la vida de un hombre que es hijo, divorciado, padre, amigo y empresario; y de cómo estos aspectos se interrelacionan y cómo repercuten unos en otros.

Ricardo Darín asume el protagonismo, pero lo que enriquece a la película es sin duda, actores como Héctor Alterio, colosal, con diálogos memorables, Norma Aleandro encarnando a la perfección una mujer en la que la enfermedad habla por ella la mayoría de las veces, y un Eduardo Blanco entrañable, picante y destrozado internamente. Natalia Verbeke está correcta.

Esta película no me hizo llorar, pero me emocionó profundamente, lo cual no ha conseguido ninguna otra película. Es debido a que Campanella consigue que empatices con todos los personajes, desde el empresario estresado hasta la novia no correspondida, pasando por el amigo con un amor prohibido. Creo que la clave es esta, consigue que te identifiques con todas las situaciones, y conseguido esto, no cae en el error de llevar al espectador a una situación lacrimógena.

Una película realista, sin principio ni final, da la sensación que es un extracto de la vida de un hombre, en circunstancias especiales, eso sí, pero nada más. Sin pretender emocionar en momentos concretos, consigue la emoción, sin rodar secuencias disparatadas consigue un tono ácido y divertido. Esto es un objetivo logrado del director.

Estamos ante una película entrañable, en la que las diferentes situaciones de las que se hablan son igualmente interesantes e importantes, con lo que resulta beneficiada la película entera. Un acierto tanto la historia que se relata como el tono en el que se hace.

No marcará un antes y un después en el cine, pero por alguna razón, yo la recomendaría antes que muchas otras que sí lo han hecho.