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Voto de Kingo:
3
7,5
132.097
Ciencia ficción. Acción. Thriller
En un futuro no muy lejano, Gran Bretaña se ha convertido en un país totalitario dirigido con mano de hierro por un tirano (John Hurt). Una tarde, tras el toque de queda, Evey (Natalie Portman) es rescatada en plena calle por un misterioso enmascarado cuyo nombre es "V" (Hugo Weaving). El extraño personaje le explica cuáles son sus planes para recuperar la libertad. En efecto, todas las acciones de V tendrán como objetivo hacer estallar ... [+]
17 de abril de 2006
262 de 489 usuarios han encontrado esta crítica útil
Absurdo pegote que mezcla varios argumentos, entre ellos el de la novela 1984.
Dejo mi comentario a este tostón en el spoiler, no sea que desvele nada de la majestuosa intriga. Recomendable, con vehemencia y aspavientos, a todos los que encontraron filosofía en Matrix y a los que gusten de frases memorables como la ingeniosa "los ideales son a prueba de balas".
Dejo mi comentario a este tostón en el spoiler, no sea que desvele nada de la majestuosa intriga. Recomendable, con vehemencia y aspavientos, a todos los que encontraron filosofía en Matrix y a los que gusten de frases memorables como la ingeniosa "los ideales son a prueba de balas".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El pegote comienza con que la Portman vive en Londres, en un futuro cercano en el que está prohibida la homosexualidad, el libre pensamiento y salir de noche. Pero ella es muy atrevida y sale de noche, no se llega a saber porqué, encontrándose con dos polis muy malos que la quieren violar. En eso aparece un tío con la careta de Iñigo de Mendoza que recita frases sin sentido, y la salva. El tipo de la careta vive en la Batcueva, redecorada por Paco Clavel, y tiene tiempo para desescombrar toda una línea de metro, robar a los malos sin que estos se enteren, poner bombas mezcladas con fuegos artificiales, y salír en la tele para pegar la brasa con su verborrea decimonónica ininteligible.
Pero también es un amo de su casa, y además de hacerle el desayuno a la Portman la tiene vaya usted a saber cuanto tiempo secuestrada y torturándola, pero con cariño. A la Natalie le va el rollo sadomaso, porque se enamora de él; pero no por las torturas, sino por el pico de oro del muchacho que no calla ni debajo del agua.
Mientras, salen más personajes como el del telediario que es requetemalo, el malo supremo que es un tío que vive dentro de una tele, un poli que busca al ciudadano X, y un tipo de cara rara con la misma voz que el prota, que tiene en su casa cosas prohibidas y es homosexual. Al del telediario lo mata el de la careta, entrando en su casa porque la poli es tan tonta que no anula la tarjeta de la Portman, que anda en busca y captura; el que vive en la tele sólo sale de ahí para hacer un vídeo que ponen a todas horas, y para que le vuelen los sesos; el poli sufre de la ostia para averiguar, con todos los informes y facilidades policiales, lo mismo que el de la careta sin ayudas; y el feo homosexual se cisca en el malo supremo, pasando de que tenga en casa de todo como para condenarlo a muerte diez veces.
Mientras tanto, se nos explica que en un sitio se hacían sabe Dios qué experimentos, y que de allí se escapó el Iñigo de Mendoza como Terminator en la primera peli.
Total, que el chico se carga a tropecientos tíos armados hasta los dientes, con sólo unos cuchillos y su verborrea insoportable, después de haber matado uno a uno a todos los que le hicieron cosas malas cuando era crío, que son tan memos que en veinte años no se han ido de la ciudad.
Tras todas estas aventuras tan coherentes y reales, miles de personas van en manifestación con la careta que les envió sin dejar pistas el del verbo fácil, que se comprende que las llevó él solito a la mensajería y no tuvo que firmar ni que pagar, ni aún menos quitarse la máscara.
Al final, el plasta la palma y la Portman lo entierra junto con el parlamento británico en una bella y metafórica explosión con música de Tchaikovsky y fuegos artificiales.
Para entonces, yo ya estoy medio dormido, con mala leche, empachado de palomitas y conguitos, y con un buen puñado de euros menos que me podría haber gastado en algo más útil como, por ejemplo, un edema de bario.
Pero también es un amo de su casa, y además de hacerle el desayuno a la Portman la tiene vaya usted a saber cuanto tiempo secuestrada y torturándola, pero con cariño. A la Natalie le va el rollo sadomaso, porque se enamora de él; pero no por las torturas, sino por el pico de oro del muchacho que no calla ni debajo del agua.
Mientras, salen más personajes como el del telediario que es requetemalo, el malo supremo que es un tío que vive dentro de una tele, un poli que busca al ciudadano X, y un tipo de cara rara con la misma voz que el prota, que tiene en su casa cosas prohibidas y es homosexual. Al del telediario lo mata el de la careta, entrando en su casa porque la poli es tan tonta que no anula la tarjeta de la Portman, que anda en busca y captura; el que vive en la tele sólo sale de ahí para hacer un vídeo que ponen a todas horas, y para que le vuelen los sesos; el poli sufre de la ostia para averiguar, con todos los informes y facilidades policiales, lo mismo que el de la careta sin ayudas; y el feo homosexual se cisca en el malo supremo, pasando de que tenga en casa de todo como para condenarlo a muerte diez veces.
Mientras tanto, se nos explica que en un sitio se hacían sabe Dios qué experimentos, y que de allí se escapó el Iñigo de Mendoza como Terminator en la primera peli.
Total, que el chico se carga a tropecientos tíos armados hasta los dientes, con sólo unos cuchillos y su verborrea insoportable, después de haber matado uno a uno a todos los que le hicieron cosas malas cuando era crío, que son tan memos que en veinte años no se han ido de la ciudad.
Tras todas estas aventuras tan coherentes y reales, miles de personas van en manifestación con la careta que les envió sin dejar pistas el del verbo fácil, que se comprende que las llevó él solito a la mensajería y no tuvo que firmar ni que pagar, ni aún menos quitarse la máscara.
Al final, el plasta la palma y la Portman lo entierra junto con el parlamento británico en una bella y metafórica explosión con música de Tchaikovsky y fuegos artificiales.
Para entonces, yo ya estoy medio dormido, con mala leche, empachado de palomitas y conguitos, y con un buen puñado de euros menos que me podría haber gastado en algo más útil como, por ejemplo, un edema de bario.