Buen comienzo, ameno desarrollo inicial.

Se crea la intriga rápidamente y la tensión es considerable.

Belén Rueda estupenda (y muy estupenda. Por dios, ¡qué orejas!), ¿pero un poco menos convincente de lo habitual?.

Lluís Homar cumple sin destacar, ¿estarán siendo desaprovechados estos dos?, ayayay...

La historia avanza con paso aparentemente seguro por la cuerda floja y en un par de ocasiones casi se le cae la pértiga, ¡ups!, ¡ale hop!.

En la sala comentarios susurrados al oído del vecino de butaca:

- Parece a un videojuego de aventuras de los que vas preguntando a personajes sospechosos que nos van dando pistas. Pero por lo menos un juego de los que están currados, ¿no te parece?.

– Mññehehemm psé... ¡crunch!, ¡crunch! (masticar de kikos).

Se empieza a notar cierta falta de maña en el estilo que tiene Guillem Morales para barajar las cartas.

Aún así entretiene, pero poco a poco dejamos de tomarnos nada demasiado en serio.

Jeringuilla, cuchillaco, las llaves... matarile... uno empieza a presentir que algo no demasiado bueno se le viene encima porque de repente todo huele a poco creíble, a artificial y artificioso…

Por fin llega el momento de mostrar el juego, y resulta que el castillo de naipes se va a tomar por...

- ¡Crunch!.

Se ven los faroles, los candiles y las lámparas de araña.

Los ases asomando bajo la manga nos saludan mostrando una mal fingida sonrisa lunática.

La partida ha resultado predecible al igual que el desenlace.

- Hala venga, venga, vámonos de vinos.

Produce el gran Guillermo del Toro, al que últimamente el refrán de “quien mucho abarca poco aprieta”, le viene que ni pintado.

Pero Belén... ¡qué orejas!. En ellas podemos ver el universo entero...