El Tarzán de la época clásica no solo fue interpretado por Johnny Weissmuller. Antes de él tuvo otros intérpretes, incluso en el cine mudo, y durante su exitosa franquicia se asomaron otros atletas olímpicos, como Bruce Bennett y Glenn Morris, pero sin demasiada suerte.

Si bien Bennett tuvo carrera en el cine, Glem Morris, el Tarzán de este filme, solo participó en esta aventura y no más. Morris fue medallista olímpico en decatlón en los Juegos de Berlín y tenía una presencia física envidiable además de más guapo que Weissmuller, pero para todos Tarzán era el bueno de Johnny. Además, esto de la interpretación no se le daba demasiado bien. Y este filme era una especie de reboot de Tarzán, cambiando a Jane por Eleonor y tampoco era plan una nueva versión de lo visto.

Una selva de fantasía, con un príncipe árabe amigo de secuestrar mujeres blancas, unos cazadores imbéciles, una Chita desquiciante, un grito nuevo, un cierto tinte naturista, una Eleonor también nadador olímpica y como novedad un puente colgante que copiará Indiana Jones. No obstante, poca aventura y únicamente en los minutos finales. Y no hay gabonis, ni Mutia ni la consabida pelea con el cocodrilo. Ni tampoco los trapecios en la selva, aquí son cuerdas más creíbles. En eso gana a las clásicas.

Se deja ver, aunque uno se sienta algo traidor para con el amigo Johnny. Y es que Tarzán, aunque hubo muchos, para la mayoría solo hubo uno, y no es éste.