BARDO - Alejandro G. Iñárritu (70/100) Tal vez México DF sea un enigma que se hunde en el tiempo de sus ancestros, un laberinto mental dentro de una locura urbanística, y todo ello rodeado de un desierto donde son arrojados, vomitados, expectorados los fantasmas de las miles y miles de personas que un día (cualquier 15 ó 16 septiembre, por ejemplo) gritan eso de “¡viva México, cabr###s!”.

Ejercicio reflexivo, honesto, introspectivo bajo diversos posicionamientos internos en torno a la figura que la sociedad (a veces) elabora de aquel que alcanza reconocimiento público. Tal vez Alejandro G. Iñárritu sea un ancestro desubicado, un laberinto mental o una figura de éxito. Es posible. Pero tras ver esta “falsa crónica de unas cuantas verdades” parece más seguro afirmar que el director se ha ahorrado ir al diván del psicólogo para llevarnos, en cambio, a nosotros, voyeurs vestidos con la indumentaria del admirador del arte ajeno, hasta la butaca de una sala de cine o, quizá, hasta el sillón colocado frente a nuestra pantalla de televisión.

En definitiva, una experiencia surrealista, con una trama líquida, que se cuestiona a sí misma desde lo satírico, lo poético y lo dramático. Quizá la película se vuelve más interesante conforme uno admite (más y más) el subjetivismo que encierra la propuesta (en primera persona) de su creador. Por cierto, un aspecto éste que lo acerca a las propuestas extremas de Jodorowsky. Y entonces sí. Entonces, si hemos encontrado un cordón umbilical que une los universos creativos de estos dos cineastas, entonces tal vez México DF sea (desde luego) un pinche enigma.

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