Convendría recordar que en una época el SoHo era llamado "Los cien acres del infierno". Y quién mejor que Paul Hackett -Griffin Dunne- para entender por qué. La aventura que por esos lados -y a las deshoras- fue a buscar este rutinario operador de PC no resultó seguramente lo que esperaba. Es que a veces las manecillas del reloj no sólo modifican el tiempo sino el espacio, incluso el mundo. Todo se vuelve de pronto extraño e incomprensible para Paul, desde el alocado taxi que aborda camino de su cita, hasta las personas que encuentra en ese departamento donde comienzan sus desventuras. Una estatua de papel maché representando a un hombre aterrorizado y gritando se erige en ominoso presagio. Una sombra siniestra se abate sobre todas las cosas, sembrando la duda y el miedo. La atractiva muchacha que fue a ver podría súbitamente tener el cuerpo surcado de horribles cicatrices. El entusiasmo de la cita se ha marchitado. Mejor es volver. Pero Paul ha quedado atrapado en un laberinto siniestro del que será muy difícil salir. Las calles mojadas y humeantes del SoHo nocturno -un universo paralelo en verdad- han captado su presencia, su osada intromisión. De pronto Paul es un ser extraño en un mundo extraño. Algo tan sencillo como abordar el Metro le será imposible. El camino que en toda regla lleva de A hacia B, debido a alguna anomalía kafkiana lo conducirá a cualquier parte. Aquellos que le prometen su ayuda terminarán persiguiéndolo, porque él es ahora el bicho raro en ese mundo de seres rocambolescos. A todos contraría, a todos ofende. Ese mundo debe protegerse de él. Y las calles oscuras y desoladas lo sentirán correr con desesperación, tratando de salvar el pellejo. ¿Pero hacia adónde?

Clima nocturnal y negro misterio , angustia y desconcierto, terror y carcajada. Una película que queda impresa en la retina para siempre.