Joe Wright sigue dando palos de ciego sin saber muy bien hacia dónde dirigir su carrera como realizador. Tras estrenarse con dos de las películas más hermosas y mejor rodadas de los últimos años (Orgullo y prejucio y Expiación) probó suerte sin éxito con el drama hollywoodiense (El solista) y la acción (Hanna) y decidió volver al drama literario hiperesteticista con mejor resultado (Anna Karenina). Ahora se estrena en el terreno de las superproducciones infantiles. Su primer error quizás es partir de una historia de la que ya se ha abusado en exceso en los últimos años con remakes, reboots, biopics y todos los anglicismos posibles.

El talento visual de de Joe Wright es evidente a poco que se conozca su curriculum vitae, en este caso el enfoque comercial de la propuesta limita su frecuentemente desmedida creatividad estética (virtud que fuera de control como en Hannah es un arma de doble filo que a menudo le genera resultados indeseados), pero no impide que sea el nivel visual donde se aloja casi todo el interés de la propuesta, presentando algunos momentos que merecen la pena. Mención especial para el flashback contado con la madera de un tronco. Bellísimo y sin duda el mejor momento de la película. La otra cara de la moneda es el abuso excesivo de los efectos por ordenador con antiestéticos resultados, especialmente en las escenas en las que Peter vuela y el actor es sustituido por un modelo por ordenador repelente y chapucero. En estos casos siempre me pregunto si creen que la gente no se da cuenta o si les da igual que se den cuenta.

En definitiva una película que no es mala y tiene sus virtudes. El casting es efectivo y si bien al crio que encarna a Peter es difícil augurarle una carrera meteórica Hedlund aporta las suficientes dosis de carisma. En cualquier caso el público adulto tendrá problemas para encontrar los sificientes alicientes para disfrutarla... aunque los guiños musicales a Nirvana y los Ramones ahí quedan.