Fanfarrias, bombos y platillos proclaman voz en grito la última superproducción de la todopoderosa HBO que parece haber echado el resto en estos diez capítulos basados en una interesante película de los setenta.
La película la recuerdo, me gustó. No era más que una modesta producción para entretenerse cualquier domingo por la tarde, objetivo que cumplía con creces.
En la que nos acontece ahora, con derroche de medios y un casting de auténtico lujo, tal objetivo brilla por su ausencia. No sé muy bien qué se pretende, aparte de apabullarnos con una cuidadísima producción. La serie comete el pecado imperdonable, aburre, y lo hace de modo ascendente y progresivo.
Tanto metraje, tantas horas para contarnos qué. La mayoría del tiempo se dedica a un estéril debate de filosofía barata que no lleva a ninguna parte y que, tras un largo peregrinar por el desierto, desemboca en el último capítulo para decir lo único interesante de toda esta mercachiflería metafísica, y es que el ser humano es deleznable. Pues bien está y estoy de acuerdo, pero toda la brasa que me han dado para llegar a tan loable conclusión me sobra. Porque de acción y entretenimiento la cosa se queda muy flojita y algunos de los personajes resultan cansinos. Uno se queda esperando a que algo realmente sorprendente y magnífico ocurra, y transcurren los capítulos y se sigue especulando eternamente sobre el ser humano, sus creaciones y el derecho a rebelarse de estas últimas. Todo sobre una base de premisas simplistas e infantiles y con un guión que hace aguas por todas partes.
Eso sí, todo ello decorado con los mejores materiales y sin descuidar detalle. Qué lástima, con lo bien que estaba la de Yul Brynner, y seguro que la hicieron con lo que costaron los títulos de crédito de ésta.