Woody Allen es un estilo en sí mismo. Sus películas tienen un sello de identidad que nada tiene que ver con lo visto anteriormente. Entre su estilo está el de narrar la vida habitual de la clase acomodada de Nueva York. Gente culta que se ahoga en sus propios lamentos. Además, introduce como propio personaje a la ciudad y sus vericuetos. Es así como nos presentan los diversos edificios de la Gran Manzana, donde nadie repara en echar un vistazo.

Pero no solo explora el punto de vista masculino. La mujer tiene sus propios ojos, y su propia visión. Encuentra su espacio en el cine del judío más internacional de Hollywood que, incluso, se atreve a introducir una reflexión filosófica sobre las diversas religiones (eso sí, sin tocar el Islam, tabú…). Por eso, te puedes encontrar la justa de dos hermanas frente a un arquitecto que les pregunta: "¿A quien dejo primero?".

Los autores nos hablan de ellos, inevitablemente. Por eso sabemos de la aversión del director a las enfermedades y los dolores. Y su unión al psicoanalista.

"Tendré que preguntar por una 2ª opinión".
"Esta es la 2ª".
"Entonces una 3ª".