Primero, he de decir que es mejor verla en versión original, ya que existen muchas bromas relacionadas con la similitud de las palabras (letters son letras y cartas en inglés. De ahí la broma de la viuda de Ivan y Sonia).

Las películas de Woody Allen son un universo del conocimiento. Al ser anuales, da la impresión que el bueno de Woody plasma en ellas todo lo que ha leído y estudiado durante los últimos 12 meses de su existencia. Es como un disco de canciones, un libro de poemas o anuario de un periódico. Y como excusa, escoge un lugar. En este caso, la Rusia de principios del 19. Y así, nos instruimos con un poquito de historia; pinceladas, pero fidedignas, “el hermano de Napoleón (Pepe Botella) gobernando España”. Así es.

Tenemos ingredientes que rozan la absurdez, pero mezclados con brillantes diálogos filosóficos. Los gags “grouchianos” son abundantes y ese universo de penurias que le ocurren al débil, que huye de las guerras y prefiere perdonar a su verdugo (recordemos que en aquella época, la guerra de Vietnam estaba muy presente).

Y luego esta ella… Diane Keaton es fascinante. Es la mujer prohibida, un pozo de alegría, sensualidad, ternura… Parece tan bella que hasta nos llega su olor, desprendido por las ondas sonoras. Te entendemos Woody. Es la típica chica de la que te enamoras locamente. También no me extraña que acabes loco de desenamorado, porque a la vez que no te aburres, no paras de sentirte con la necesidad de sorprenderla y alimentarla cada día. No es de extrañar que, con el paso de los años, no acabara con pareja estable conocida.

El mejor momento, la cara de ella durante la boda.