Decir "¿De qué va la peli?" es una tontería. No va de nada, y va de todo.

En realidad deberíamos hacer caso al tercer rabino y buscar puntos de conexión entre todos nosotros, hacer un pequeño esfuerzo por comunicarnos y lograr construir sobre bases comunes. A veces nos olvidamos de lo más sencillo. Y quizá por ahí van los tiros en este film.

Un poco me recuerda a lo que sucede en los museos de arte contemporáneo: vas, estás viendo un bodegón de Picasso, 1911, que bien podría ser de Braque, y todo está claro: "Café, Pernod y pipa". Pues no. De repente llega un "intelectualoide" con una chica florero y comienza a divagar sobre una inmensa negrura del universo y la soledad del gusano de seda en época estiva y cómo se vería todo eso reflejado en el espejo cóncavo del alma" y uno se queda con la misma cara que cuando salió de ver aquella decepcionante "Cariño, he encogido a los niños" en una sala de cine triste de la Avenida de la Albufera. Caray, lo más fácil es mirar el título, darse cuenta de que se trata de una renovación del género tradicional del bodegón y punto pelota; pues no; hay que hablar de la profundidad interestelar, de extrañas cosmogonías, de inverosímiles paradojas ontológicas y total, ¿para qué? Para suplir la falta de valor y decirle a esa chica: "me gustas".

Por eso este film es fantástico, es un grito a favor de la simplicidad, de tomarnos la peli y la historia o historias que ahí se narran, con sencillez, con simplicidad, y no ponernos a escribir una tesis doctoral sobre la decadencia de los valores occidentales en un mundo con pie y medio en el desagüe universal.

Es una obra maestra de los Cohen.