Elegir un nombre, ocupación, estado civil, nacionalidad, edad, procedencia y documento en un formulario puede ser lo más sencillo aunque no puede existir vinculación con la realidad. ¿Fuga psicótica? Bueno, Lynch hablo de lo mismo en “Carretera perdida” y casi le muelen a pedradas los que no entendieron su propuesta. A Ariel Rotter le molerán a bostezos en salas y casas de medio mundo. Aquí no figura Rammstein ni Marilyn Manson en los títulos de crédito ni un espíritu noir que atrape al espectador. En “El otro” sólo existe la visión desde un punto de vista natural sin colorantes.

Hilos conductores que unen a las personas a la realidad como un padre o una mujer son lastres palpables que labran la identidad de un ser. El apellido, la unión ‘de por vida’ a otra persona nos dotan de un pasado y futuro. Sin lastres hay otras posibilidades. Otras mentiras. Parece que el filme de Ariel Rotter nos habla de más de lo que aparenta, como una caja china desde el punto de vista del propio espectador. En una visita al pasaje del terror en mi adolescencia se cerraba el espectáculo indicándonos que una vez abriesen la última puerta conoceríamos un lugar desconocido y el verdadero horror. Esa puerta daba a la salida, a la vida real que tal vez dejase de existir si alguien hubiera decidido cambiar de nombre e identidad. Esta vez la trama no se sumerge en una visión noir sobre crímenes pasados ni escapes de seres que pretenden dañar o acabar con el protagonista. Aquí lo importante es el detalle, no el adorno.