Es la sensación del cazador cazado. Un ajuste de cuentas del destino que pone en su lugar al espectador que mira. Recibir la misma cura de humildad para entender que somos nosotros mismos los que analizamos la realidad y elegimos nuestros actos. El juego de espejos con el que se reflejan todos los protagonistas no deja más víctimas en el camino por casualidad. Entenderse a uno mismo para poder llegar a entender a los demás sería la forma idónea para seguir viviendo, pero muchas veces el Sino nos impone las circunstancias del otro lado, las de dilapidar lo que pensamos para imponer lo que sentimos, hasta el límite de lo comprensible y así explotar todo lo que llevábamos dentro. No es más que un momento de 'reseteo' sentimental y racional, eso sí, en pleno estado de explosión vital. Estos momentos acumulan toda la base de nuestros fundamentos como persona y aquí explota por los aires. La directora lo lleva todo al extremo para potenciar las consecuencias como ejemplo exacerbado al que no podemos llegar. Es una maximización de una personalidad incongruente que se mantenía a flote gracias al equilibrio, que perdió y que la llevó a la zozobra. Exagerada, por momentos pierde calidad, pero no trasfondo.