Nunca ha faltado la entrega simbólica y literal a algo o alguien, en este caso Simón se entrega a Dios y confronta con el Diablo el enemigo de toda rectitud, con ella vienen las pruebas entre ellas las tentaciones tales como la penitencia por considerarse pecador e indigno, otras serian el soportar el dolor, desprenderse de posiciones materiales, entre otros, para olvidar la vida ordinaria y cotidiana y dedicarse al ayuno y la oración, la comunión con Dios a fin de evitar toda forma de maldad tal como lo serían los deseos de la carne, entre muchos otros actos considerados traición ante Dios para convertirse en discípulo verdadero del Señor Dios todopoderoso, sin embargo Simón es llevado a lo alto del pináculo donde puede ver ese mundo perdido que tanto aborrece Dios y aunque al parecer puede retirarse decide quedarse ya que su voluntad fue absorbida por la del otro, todo esto gracias al baile final "Carne radiactiva".