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Drama Howard Roark (Gary Cooper) es un arquitecto vanguardista, ávido de romper con todo lo hecho hasta ahora en los terrenos de la arquitectura. Dominique Francon (Patricia Neal) es una columnista del periódico The Banner de New York que también ama la individualidad y todo lo que libere al hombre de la esclavitud de las ideas. Juntos, pero "separados", iniciarán una guerra contra el mundo de lo convencional. (FILMAFFINITY)
12 de diciembre de 2009
40 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sorprendente reverso capitalista de “El pan nuestro de cada día” (1934) en la que Vidor se muestra partidario de la colectividad, la autogestión, el apoyo mutuo, la cooperación y la generosidad en el trabajo. Ahora plantea una defensa del capitalismo desde su base teórica liberal, esencialmente individualista. Sin embargo, este individualismo es entendido más como autismo ornamental que como heroísmo de resistencia ya que el individualismo ha estado más presente en la mitología fundacional y el folklore de EE.UU. que en su realidad política, social y económica.

Howard Roark (Gary Cooper) es un arquitecto que parece desconocer que lo que ha posibilitado la evolución social del ser humano no ha sido el individuo sino el grupo. Roark prefiere trabajar de cantero a tener que manipular su obra para dar satisfacción a sus clientes (de los que vive). Resulta fácil identificarse con él: genio creativo, fiel a sus ideas, íntegro, seguro de sí mismo, lacónico, racionalista, fuerte, imperturbable, incorruptible, solo pendiente de las cosas que le afectan. Más que Aynrandiano es un Caballero Nietzscheniano, para él “la vida es un manantial de goces; pero donde los canallas beben, dejan envenenadas las fuentes”. No obstante, su cara B no resulta tan interesante: solitario, soberbio, carente de empatía, caprichoso, amargado, egoísta, etc. Es un (Giménez) Caballero que considera el ladrillo semítico, el cemento socialista y el granito y la pizarra los elementos para una arquitectura racial.

La arquitectura es el medio en el que se propaga el mensaje individualista del film, los rascacielos de NY son el elemento simbólico del triunfo del capitalismo. La mayoría de los Imperios e Iglesias han dejado su impronta a través de construcciones emblemáticas y son muchos los arquitectos que consideran la cumbre de sus carreras diseñar estos edificios artificiales y vacíos, símbolo de la vanidad de los poderosos. Esta circunstancia está extendida, desde EE.UU hasta Corea del Norte (por ejemplo, el Hotel Ryugyong) pasando por los rascacielos y resorts del Golfo Pérsico que acabarán bajo la arena.

No nos engañemos, como arquitecto, Roark está tan lejos de Lloyd Wright, Gropius, Le Corbusier o Van Der Rohe como de Ginzburg, Melnikov, Golosov, Barsch o el ingeniero Shukov; así, Roark está más próximo a Justo Gallego, el individualista que construye su propia catedral en Mejorada del Campo. La arquitectura, como todo fenómeno social, no puede ser ajena a las necesidades colectivas, Roark no puede dinamitar viviendas sociales porque han alterado su diseño: imaginemos un remake de esta película cambiando la profesión del protagonista: el Ingeniero de Obras públicas que dinamita la presa porque no está al nivel prediseñado, el cirujano plástico que corta la cabeza al paciente porque le han rehecho la cara de manera diferente a sus indicaciones, el presidente del club de fútbol que prima al equipo contrario porque el entrenador no alinea a sus fichajes, etc.
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