Es de suponer que no faltaron, que no faltan, los entusiastas admiradores de la anatomía de Julia Roberts encantados, por cuanto a lo que a DURMIENDO CON SU ENEMIGO se refiere, de haberse conocido. Pues brazos, rostro, figura completa, piernas y pies se lucieron sin tasa por los tiempos en que la de Georgia dominaba las pantallas, grandes, pequeñas y medianas, de todo el planeta mundo. Lo que pasa es que, suprimiendo esa base, ese suelo, lo físico, la cosa se desmorona, que las escenas de agua parecen rodadas en una bañera, las raíces de las maldades muy malas del muy malo malísimo se resguardan en lo cómico y el fundamento jurídico del conjunto salta por entero por los aires ante flagrantes incoherencias e inoportunas elipsis.
Que DURMIENDO CON SU ENEMIGO se asocia más con el sueño de un aquelarre, vaya, que con algo fantástico.